Universidades ¿ públicas o privadas?
En los últimos años, cada vez que se publican los rankings de las “mejores universidades del mundo”, surge una curiosa paradoja: las primeras diez posiciones están ocupadas, casi sin excepción, por universidades privadas de un solo país.
Esta repetición casi mecánica genera preguntas que no se resuelven simplemente enumerando nombres: ¿por qué no aparece ninguna universidad pública entre las primeras diez? ¿Por qué casi ningún país fuera del mundo anglosajón logra ingresar en esa élite de la élite? ¿Y, sobre todo, qué dicen realmente esas listas?
Para empezar
Es necesario comprender que los rankings internacionales no son una tabla objetiva de calidad educativa, sino un conjunto de indicadores que favorecen a ciertas instituciones con características muy específicas.
La mayoría se construyen a partir de variables como producción científica visible en inglés, número de premios obtenidos por sus investigadores, cantidad de papers publicados en revistas de élite, impacto en citas, volumen de fondos destinados a investigación, y reputación internacional medida a través de encuestas.
Todos estos factores, aunque relevantes, responden a un mismo patrón: privilegian a universidades multimillonarias que operan dentro del ecosistema científico más poderoso del planeta.
Aparece el primer punto clave
Las grandes universidades privadas estadounidenses no solo poseen presupuestos que superan el PIB educativo de muchos países; además funcionan bajo un modelo económico que les permite captar recursos de manera casi ilimitada.
Sus fondos de inversión, sus alianzas con la industria, sus instalaciones científicas de altísima complejidad y su capacidad para atraer premios Nobel o investigadores de renombre global crean un círculo de prestigio que se retroalimenta. Cuando una institución puede invertir sumas colosales en infraestructura, es natural que produzca más resultados visibles para los rankings.
Las públicas
Pero esa lógica no es universal ni representa el quehacer de la mayoría de las universidades públicas del mundo. Éstas, lejos de perseguir únicamente visibilidad internacional, cumplen misiones mucho más amplias, profundas y, podríamos decir, humanas.
Las universidades públicas son inclusivas por naturaleza; abren sus puertas a quienes no podrían pagar una educación elitista. Forman a profesionales que sostienen el funcionamiento cotidiano de un país: médicos, ingenieros, científicos, docentes, técnicos, investigadores que trabajan en proyectos locales, en problemas reales y urgentes. Sus aulas están llenas de historias diversas: hijos de trabajadores, migrantes, estudiantes que son los primeros en su familia en llegar a la educación superior. Nada de esto figura en un ranking global.
Tampoco se mide la función social
La equidad, la vocación pública o la contribución a la movilidad social. Se mide, en cambio, la capacidad de producir ciencia en inglés, en revistas de élite, con alto impacto internacional. Por eso, muchas universidades públicas de enorme calidad —en América Latina, Europa continental, Asia o África— quedan invisibilizadas en las grandes tablas comparativas. No porque sean inferiores, sino porque los rankings no observan lo que efectivamente hacen.
A esto se suma un sesgo lingüístico y cultural evidente.
La ciencia que cuenta para los rankings es la que circula en inglés. Los sistemas nacionales que producen en otros idiomas, o que trabajan sobre problemas locales, aparecen penalizados sin que se evalúen sus méritos reales. De esta forma, instituciones europeas, asiáticas o latinoamericanas de enorme prestigio académico no logran entrar en el Top 10 simplemente porque juegan en una cancha diseñada de antemano.
La insistencia en mirar solo “las mejores diez”
- Simplifica una realidad mucho más compleja. No revela la calidad educativa global, sino la concentración de recursos, poder e idioma.
- La universidad pública no ocupa ese podio porque su misión trasciende la acumulación de prestigio internacional. Su objetivo no es brillar en una cifra, sino brindar oportunidad, conocimiento y justicia social a quienes confían en ella.
- En ese gesto silencioso —el de abrir sus puertas sin preguntar por el tamaño del bolsillo— reside su verdadera grandeza.
