¡Atrévete a vivir apasionadamente!

La vida dura lo que un suspiro con miedo. Y aún así, pasamos los días como si tuviéramos repuestos.

Nos despertamos temprano para trabajar en lo que no amamos, comemos rápido para volver al deber, y dormimos mal soñando con lo que no nos atrevimos a hacer. Nos enseñaron a sobrevivir, no a vivir. A ganar tiempo, no a perderlo en placeres. A producir, no a crear. A obedecer relojes, contratos, etiquetas… pero nunca al deseo.

En el fondo del pecho, una vocecita grita.

La llamamos ansiedad, pero es el alma queriendo jugar. Quiere bailar, quiere viajar, quiere amar sin miedo, quiere decir “te quiero” antes de que sea tarde. Pero no. La vocecita se calla. Porque hay que ser serio. Responsable. Correcto. El arte se convierte en hobby. El viaje en lujo. El sexo en tabú. El amor en contrato. Y el placer… El placer en pecado.

Sería terrible morirnos llenos de excusas.

De todas las cosas que dejamos para después, la vida es la que menos espera. Pero hay quienes se atreven: Quienes renuncian al sueldo fijo por un sueño nómada. Quienes se enamoran de quien no deben, y se aman igual. Quienes pintan paredes, cantan en la ducha, escriben cartas, cocinan lento, besan largo. Quienes hacen el amor como si fuera la última vez. Porque puede serlo. La vida no avisa. Se escapa por las rendijas del “mañana lo hago”.

Por eso, los que se atreven, no esperan.

Se lanzan. Se equivocan. Se rompen. Pero sobre todo…viven. Y mientras hay vida, la muerte no existe. Así que bailá, aunque no haya música. Abrazá fuerte, aunque no sepas cuánto tiempo te queda. Decí lo que sentís, aunque te tiemble la voz. Hacé el amor como si fuera un acto de arte. Viajá, aunque sea a la otra cuadra, pero con ojos nuevos. Leé poesía en voz alta, cociná con las manos, dormí la siesta sin culpa. Llená tus días de primeras veces.

No viniste a este mundo para encajar.

Viniste para vibrar. Para gozar. Para dejar huellas, aunque sean invisibles. No esperes que sea el momento perfecto: el momento perfecto es ahora. Porque si estás respirando, ya tenés lo más importante: Vida. Y mientras vivís, la muerte no puede tocarte.

Entonces viví. Viví como si tu alma fuera fuego. Porque lo es.