«Testigos sin nostalgia»
En Buenos Aires, o cualquier ciudad, Madrid, Bogotá, Lima, Mexico, Montevideo, Santiago, Roma o Guatemala, que respire bajo el mismo cielo de asfalto y sueños. Lugares donde los barrios palpitan con historias que se mezclan en el aroma del café y el crujir del pan recién horneado. Allá comienzan mis reflexiones de una vida que fue, ni mejor ni peor, solo diferente.
“Nacimos cuando el mundo olía a tinta y tierra húmeda”
Aprendimos matemáticas en pizarras borrosas, y ahora dialogamos con voces digitales que nos susurran citas médicas. No somos héroes: somos testigos de un planeta que se desarmó y volvió a tejerse en nuestras manos.
“A los diez años, las manos ya tenían callos”
La infancia no era de cristal. El dinero, fiera salvaje, se cazaba repartiendo diarios o cargando bolsas más pesadas que nuestros cuerpos. El trabajo no era verbo exótico: gramática pura de la supervivencia.
“Las aulas públicas abrían puertas como brazos de abuela”
Gratis, pero costaban noches robadas al sueño. Estudiar tras limpiar oficinas era un credo. La universidad, templo al que entramos con zapatos rotos y utopías enteras. Lo privado hablaba otro idioma: el del privilegio.
“La música era ritual”
Cassettes grabados hasta el desgaste, coros escolares desafinando con gozo. El teatro reflejaba la vida, actores y espectadores se miraban como espejos. El arte no era museo: era mural callejero, guitarra que viajaba de mano en mano.
“Los libros olían a refugio”
Páginas prestadas, bibliotecas con ecos de siglos. Leer era abrir ventanas al mundo desde una mesa de cocina, mientras el café humeaba.
“La salud pública no era perfecta, pero cercana”
Hospitales sin preguntar por billetes; médicos que escuchaban antes de recetar. Farmacias anotaban deudas en cuadernos, confiando en la palabra. Hoy, el sistema es laberinto: trámites elevan muros entre el dolor y el alivio. La tecnología promete milagros, pero extrañamos al doctor que conocía nuestro nombre.
“La droga era lujo distante, perfume de élites ajenas”
No habitaba en esquinas ni plazas; el peligro no acechaba en cada sombra.
“Los políticos robaban, sí, pero con algo de pudor”
La corrupción tenía límites, como si el poder aún temblara ante la mirada pública.
“La policía caminaba el barrio como vecino”
Su presencia no era amenaza, sino seguridad imperfecta pero familiar. Hoy, el uniforme inspira más miedo que calma.
“Somos puentes”
Hijos de abuelos que llegaron analfabetos, con manos para sembrar tierra ajena y sueños en idioma prestado. Ellos labraron el camino para que nuestros hijos tuvieran libros en vez de azadones. Nosotros, testigos sin nostalgia, cargamos sus raíces mientras miramos un futuro incierto, tejido de recuerdos y esperanzas.
“El pasado no fue un paraíso”
El presente tampoco es un infierno. Somos testigos, no jueces: custodios de un mundo que muta mientras intentamos descifrarlo. La tecnología avanza, pero ¿qué queda de las manos que se estrechaban sin intermediarios? El progreso promete eficiencia, y, sin embargo, las grietas se ensanchan: la salud se convierte en contrato, la educación en privilegio codificado, la seguridad en espectáculo de muros y cámaras.
“No hubo épocas doradas”
Hubo lucha, sí: calles sin apps, pero con redes humanas que tejían resistencia. Hoy, lo colectivo se fragmenta en pantallas, mientras el individualismo se viste de libertad. La memoria no es museo: es espejo roto que refleja lo perdido y lo ganado. Criticar no es añorar; es señalar que el acceso a un mundo digital no compensa el vacío de un sistema que medicaliza la soledad y mercantiliza hasta el aire.
“Los políticos ya no roban con vergüenza, sino con algoritmos”
La policía, antes vecina, hoy se disfraza de soldado en guerra contra fantasmas. Y las drogas, otrora símbolo de élites ociosas, ahora son látigo de los condenados de la tierra.
“Pero aquí estamos: “los puentes”. Ni héroes ni nostálgicos”
Sabemos que el futuro no se hereda: se construye con las ruinas y las semillas. La justicia no era perfecta antes, pero tampoco lo es esta ficción de democracia vigilada. El desafío no es volver, sino reimaginar.
“Que la crítica no nuble la esperanza”
En cada esquina donde falta el abrazo, sobra la posibilidad de inventar un nuevo lenguaje. Sin maquillar la historia, sin rendirse al cinismo.
Porque el mundo no se deshizo: se desordena, y en ese caos respira la chance de volver a tejerlo.