¿Quién carga tu maleta?
Crónica mínima para los que cargan sin ruido, mientras otros pasean sin peso.
Dicen que todos viajamos con equipaje
Pero no dicen quién lo carga. En los aeropuertos del alma, hay maletas que no tienen ruedas y espaldas que no tienen descanso. Hay quienes viajan con las manos vacías, pero con mochilas invisibles en las espaldas de otros. Y hay quienes, sin saberlo, viven siendo portaequipajes de los que se llaman livianos.
Ella avanza ligera, como si la vida fuera de pluma
Camina con paso firme, maquillaje perfecto y agenda vacía. Él la sigue, arrastrando la maleta. Esa maleta que no es suya, pero que lleva su nombre escrito en silencio. Dentro, hay exigencias disfrazadas de cariño, favores que pesan como deudas, y obligaciones con fecha de caducidad que nunca expira.
El hermano que se queda a cuidar a mamá mientras la otra se va de vacaciones
El amigo que siempre presta el oído, el hombro y hasta el alma, mientras el otro solo deja su queja y se va. El hijo que sacrifica estudios por ayudar al padre a levantar el negocio que nunca será suyo. El vecino que se ofrece porque “vos tenés tiempo”. La esposa que hace malabares mientras él se sienta a mirar la televisión. Todos ellos son cargadores de maletas ajenas.
Y las maletas pesan
No por el cuero ni por las ruedas flojas, sino por la injusticia acumulada, el “gracias” que no llega, el “yo te ayudo” que no existe. Pesan porque se cargan con amor, pero sin reciprocidad. Porque se asume que el que da, da por naturaleza, como si fuera una máquina de favores perpetuos.
Hay una economía secreta del afecto
Y en ella hay muchos deudores que nunca pagan. Se endilgan las responsabilidades con la excusa del cariño: “vos sos tan generoso”, “es que vos sabés hacerlo mejor”, “yo no puedo con eso, vos sí”. Y así, el mundo gira con algunos volando y otros empujando el planeta.
Epílogo
Y un día, el que cargaba la maleta la suelta. No hace ruido. Nadie lo nota. Al principio, el mundo sigue como si nada. Pero luego, empieza a sentirse la falta.
El café no está hecho. El consejo no llega. La ayuda no aparece. Y los que iban ligeros, se tropiezan.
Porque el equilibrio invisible del mundo lo sostienen quienes cargan. Y cuando dejan de hacerlo, la tierra ya no gira igual.
Entonces, quizás, alguien mire atrás. Y por fin se pregunte: ¿Quién cargaba mi maleta?