“Dicen que estamos en el siglo XXI”

Elizabeth siempre me pregunta: – «¿En qué te inspirás para escribir?» Y yo le digo, en la vida, en las historias, en las palabras que se tropiezan en la calle.

Este no era mi tema para hoy. No.

Pero ayer domingo, una pregunta de Elena y Adelina, desde diferentes latitudes, me encendió la nota como se enciende una chispa en pasto seco: – “¿Se puede desear feliz día hoy?”

Y yo, que no entiendo nada, aprieto el control remoto como quien busca respuestas en el zapping, y salto de la guerra al Mundial de Clubes, de la muerte en directo al gol en cámara lenta. Le prendo una vela a San Cayetano, otra a la Virgen, por si todavía tienen señal. Porque acá – en este planeta – todo convive, sin pedir permiso: la tragedia y la parrillada, el bombardeo y el brunch.

Este mundo no gira, se tambalea, como un borracho triste en la madrugada del universo. El cambalache ya no es tango: es serie de plataforma, con subtítulos en cinco idiomas y sangre en 4K.

Empieza, mi tango de hoy:

Bombardeos selectivos y demoliciones humanitarias

Misiles inteligentes, dicen. Inteligentes. Tienen GPS, sensores, algoritmos y diplomáticos que justifican después. Caen con precisión quirúrgica… sobre hospitales. En zonas donde la vida vale menos que una estadística. Dicen que lo hacen por la paz. Y la paz, pobrecita, no puede defenderse.

Armas nucleares: ¿quién hizo y hace el negocio?

Tal vez existan. Tal vez no. Quizá están en búnkers secretos o en la imaginación de algún asesor de defensa con insomnio. Sirven para asustar, para negociar, para justificar presupuestos. No hay foto. No hay certeza. Pero sí hay contratos. Siempre los hay. Las ojivas son como los milagros: no las ves, pero te exigen que creas.

El programa secreto que todos condenan (y a la vez negocian)

En algún rincón del mapa, hay científicos que dicen estar investigando energía. Y generales que dicen estar vigilando amenazas. Y bancos que dicen “nos interesa”. Todos mienten un poco. Y mientras tanto, los radares giran como calesitas paranoicas. Y el mundo hace como que se escandaliza… mientras firma acuerdos por debajo de la mesa.

Los fanáticos que nunca fueron inocentes

En otro lado, rezan con los ojos cerrados y el dedo en el gatillo. No quieren convencerte: quieren que desaparezcas. No dialogan: castigan. Son soldados de un dios que nunca habló ese idioma. Y entre las piedras que tiran, siempre hay una que acierta en el cráneo de un niño.

Guerra a plazos fijos

El conflicto sigue. Como sigue el ciclo del agua o la reproducción automática de YouTube. Tanques, drones, mártires, márketing. Es una guerra que se puede pausar, pero no cancelar. La tragedia cotiza en bolsa. Y mientras tanto, se brindan por la paz… en salones donde no se escuchan bombas, solo copas.

¿Y el hambre en África?

¿Qué hambre? Si no hay influencers, no existe. Los cuerpos secos no venden, no trendéan, no emocionan. Mueren sin posteo, sin hashtag, sin funeral. Pero tranquilos, una fundación organiza una gala con canapés y lágrimas bien editadas.

¿Y los muertos, empezando por los niños del mundo?

Niños sin nombre. Niños que no llegarán a la pubertad, pero sí al conteo del noticiero. Niños que no aprendieron a escribir, pero figuran en informes oficiales. El mundo guarda silencio. No por respeto. Por costumbre.

Fútbol, fuegos y fuegos artificiales

La pelota rueda. La metralla también. Un gol de chilena opaca veinte cadáveres. Dicen que el fútbol une. Y sí: une al que patea con el que no tiene para comer. En una misma postal.

Turismo eterno y olvidos fugaces

El Coliseo sigue en pie. Las ruinas son cool. Las guerras actuales, no. Los que huyen no tienen tiempo para filtros. Y los que miran, hacen fila para la foto. Dicen que viajando se aprende. O se olvida.

¿Feliz día?

Y Elena y Adelina me preguntan: —¿Cómo se desea un feliz día en medio de este delirio? Yo rezo, les digo. En todas las iglesias, en todos los idiomas. Pero no sé si sirve. Tal vez lo único que queda es escribir. O seguir llorando. O ambas cosas, con el estómago vacío y el alma llena de noticias.

Epílogo

“Lo mismo un burro que un gran profesor…”

El tango lo cantó antes que el algoritmo lo confirmara: Todo es igual. Nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor. Las guerras son viejas. Las excusas, recicladas. El absurdo es costumbre. Y aún así, alguien —siempre alguien— desea “buen día”.

“Quizá ahí esté el milagro. O el colmo. O el punto final.”