“Lo que nos hizo humanos”
El precio de olvidar
Hubo un tiempo en que todo gesto tenía peso. Un hueso tallado significaba esperanza. Un fuego compartido era vida. Un entierro no era solo un cuerpo bajo tierra, sino el eco de una conciencia que comenzaba a despertarse.
Hoy, en 2025, lo hemos olvidado. Aceleramos hacia el futuro sin mirar las piedras que nos formaron. Nos creemos más sabios por tener respuestas instantáneas, pero no sabemos ya qué pregunta hacernos.
Este es un viaje hacia atrás, no para quedarnos, sino para recordar qué era ser humano, cuando aún no sabíamos decirlo.
- Hace más de 6 millones de años: “el bipedismo: el primer paso hacia el cielo”
Alguna vez fuimos sombra agazapada entre la maleza, cuatro extremidades tocando la tierra cálida, como hermanos aún del lodo y de las bestias. Pero uno de nosotros — quizás por accidente, quizás por temor — se irguió. Y al hacerlo, miró al horizonte. Ese instante fue un presagio. Las manos quedaron libres, y con ellas el destino. No caminamos solo para movernos. Comenzamos a caminar para dejar huellas.
- Hace 2.5 millones de años: “la piedra golpeada con intención”
Entre los huesos del tiempo, una piedra astillada se distingue. No por azar, sino por propósito. Alguien golpeó, no para destruir, sino para crear. Una lasca. Un filo. Un gesto de futuro. Ahí nace la herramienta. Ahí nace el símbolo: lo que puede ser más que sí mismo.
- Hace 500 mil años: “el fuego: el corazón del clan”
Donde antes hubo oscuridad, ahora hay brasas. La noche se hizo menos cruel. El fuego no solo cocinó la carne; templó el alma. Nos reunimos en círculo, y ahí, tal vez por primera vez, nos vimos los unos a los otros. El fuego trajo relatos antes del lenguaje. Chispas que serían palabras, y brasas que serían memoria.
- Hace 100 mil años: “el entierro: el despertar del alma”
En una cueva del silencio, alguien depositó a un muerto con flores. No fue por utilidad. No fue por miedo. Fue por algo por lo que aún no sabemos nombrar, pero que arde dentro de nosotros. Tal vez fue pena. Tal vez amor. Tal vez la intuición de que la muerte no es el final. Ese gesto nos hizo humanos. Ya no éramos solo cuerpo. Éramos también ausencia.
- Hace 40 mil años: “el arte: la voz que no necesita tiempo”
Manos pintadas en la roca, como fantasmas que no se quieren ir. Bisontes que corren eternamente sobre el muro. Colores que hablan sin lengua, formas que lloran sin ojos. El arte nació de la necesidad de no olvidar. De grabar lo que duele, lo que se ama, lo que sueña. Así empezó la eternidad.
- Hoy: “el espejo encendido de nuestra historia”
Somos la suma de todos esos gestos. Cada paso, cada fuego, cada entierro, cada trazo en la cueva. Somos el temblor que comenzó al caminar erguidos y no ha cesado. Y aún buscamos. No sabemos del todo quiénes somos, pero llevamos dentro la historia de quienes alguna vez empezaron a sentir.
- Epílogo: “2025, humanos al borde del olvido”
-Hoy, en 2025, ya no pintamos en las cuevas. Pintamos en pantallas que se apagan cuando dejamos de mirar.
-No enterramos a nuestros muertos con flores, sino con prisa. Les rendimos homenaje en publicaciones vacías que duran menos que el duelo verdadero.
-El fuego que nos reunía ahora es una pantalla azul.
-La herramienta ya no la empuñamos: nos empuña a nosotros. Vivimos rodeados de palabras, pero sin silencio. De voces, pero sin escucha. De datos, pero sin comprensión.
-¿Qué sentimos hoy, realmente?
-¿Un amor que dure más que una conversación de texto? ¿Una pena que no se distraiga con una notificación? ¿Una memoria que no dependa de la nube?
-Hemos llegado lejos, sí. Pero nos alejamos de lo más esencial. Nos cuesta mirar a los ojos. Nos cuesta detenernos. Y sin pausa, sin duelo, sin asombro, no hay humanidad posible.
-Tal vez no estamos al borde de la extinción, pero sí al borde del olvido de lo que nos hizo ser.
Lo que queda ahora — como hace 100 mil años en la cueva — es volver al gesto simple: mirar, cuidar, sentir. Y no olvidar que ser humano nunca fue solo existir, sino existir con los otros.