“Lo que el mundo puede (y debería) aprender de la cucina italiana”

(Sin milagros ni humo de romero, con lógica, amor… y una copa de vino)

Soy fan de la cocina italiana. No es una confesión, es un diagnóstico. Si me ves emocionarme con un parmigiano reggiano o una salsa de tomate bien hecha, no es exageración, es ciencia emocional. Y después de años de investigar (comiendo, claro), puedo afirmar: el mundo entero tiene mucho que aprender de cómo se cocina en Italia. Y no, no se trata de ponerse un mandil con la bandera tricolor y recitar “mamma mia”.

Menos es más (excepto con el formaggio y el vino)

Tres ingredientes buenos valen más que una lista de supermercado gourmet. ¿Receta típica? Tomate, ajo, aceite de oliva casero (sí, ese que hace tu zio con su prensa heredada y sabor a picante que despierta hasta a los muertos), y quizá un poco de basilico fresco de la maceta de la abuela. Nada de espumas de algo ni reducciones de humo. Si necesitas nitrógeno líquido para hacer una ensalada… stai sbagliando mestiere.

El tiempo no se negocia

¿Una salsa necesita tres horas? Pues tres horas. Aquí no vale lo de “al microondas cinco minutos y ya”. La pasta se cocina al dente o no se cocina. Y no hay discusión posible. Cada minuto mal usado es un insulto al producto, a la tradición… y a la nonna.

El producto es el rey (y la huerta, su reino)

En Italia no se cocina desde el supermercado, se cocina desde el mercado, la huerta, o la terraza donde tienes cuatro macetas con rosmarino, salvia, peperoncino y albahaca. Si no hay tomates buenos, se espera. Si no es temporada de espárragos, no se hace risotto. Punto. Mejor pan con aceite (del bueno) y una copa de vino rosso della casa que pretender hacer magia con verduras de invernadero y sabor a plástico.

Las nonnas son patrimonio de la humanidad

Las recetas no están en libros. Están en las manos de la nonna, en su cuchara de madera que tiene más kilómetros que el coche familiar, y en su capacidad de ajustar el punto de sal sin probar el plato. No necesita estrella Michelin: tiene nietos que repiten tres veces. Y eso vale más.

Mangiare no es solo alimentarse

En Italia se come para reunirse, discutir sobre fútbol, arreglar el país (otra vez) y hablar del primo que hace vino con demasiada confianza y pocas normas sanitarias. La comida es una excusa para estar juntos. Aquí nadie come solo viendo una serie. È una questione di rispetto.

Bellezza sin maquillaje

Los platos italianos no son bonitos por diseño. Lo son porque están bien hechos. Una insalata caprese con mozzarella fresca, pomodori maduros y un hilo de aceite parece una obra de arte sin pretenderlo. Y sabe como tal. No necesita flor comestible encima ni ceniza volcánica de adorno.

Cada pueblo tiene su gloria… y su vino

¿Crees que conoces la cocina italiana porque comiste pizza y carbonara con nata? Ma dai! Cada región, cada valle, cada casa tiene su receta. Sicilia no cocina como Piemonte, y en Liguria te miran mal si usas parmesano en lugar de pecorino. Lo difícil en Italia no es comer bien: es no ofender a nadie eligiendo solo un plato.

Epilogo (sí, como en las novelas largas)

-La cocina italiana no presume.

-No necesita “foodies” ni hashtags.

-Usa lo que hay, cuando debe haberlo. Y lo convierte en arte… pero sin complicaciones.

-¿Qué puede aprender el mundo? Que cocinar bien no es inventar nada nuevo. Es respetar lo que tienes, hacerlo con cariño, y si puedes, brindar con un vino local mientras la pasta hierve. Y sí, darle las gracias a la nonna. Aunque sea de adopción.