“Paganini, el Señor de la Maleta”

Una historia verdadera, O cómo el karma viaja con pasaporte comunitario y sentido del humor cruel

Todo empezó como empiezan las buenas catástrofes: con un Excel mal hecho y un hombre confiado en su inteligencia más que en la experiencia de los vivos. Nuestro protagonista —un ítalo argentino residente en Europa que se cree ninja digital y Napoleón logístico— decidió organizar el viaje sin ayuda. Solo él, una laptop y el delirio. Nada de agencias. Nada de consejos. Solo un mouse, un sueño y cero sentido común.

Después de cinco días luchando contra el Airbnb, el Booking, y un sitio en albanés que prometía “vista al mar” en el medio de la ciudad eterna, logró reservar algo. O eso creyó. Pero esta parte queda para otra tragedia.

Lo importante viene ahora: el vuelo.

Aerolínea low cost, entusiasmo high level. Él y su mujer partieron hacia el aeropuerto como quien va a recibir el Nobel de Turismo. Todo iba bien… hasta que apareció él. El Paganini. Pelo en modo tornado, expresión de lunes largo, y dos valijas tamaño ropero. La azafata, con la calidez de una impresora fiscal, lo fulminó: “A la bodega, 71 euros cada una.”

Él y su mujer, que lo observaban todo, murmuraron:

Ese es un Paganini total. Y lo bautizaron. Lo señalaron. Se rieron. Le escribieron mentalmente un epitafio: “Murió pagando de más”.

Roma los recibió como dioses griegos llegando a un reality

Dos maletas salieron por la cinta. Dos. Iguales. ¿Sospechoso? No para él, que ya estaba saboreando el prosecco de la impunidad.

En el auto, contaba la historia de Paganini, a sus amigos, su familia, con el orgullo de quien narra la caída de un tirano. Carcajadas. Palmas. Aplausos. Pero entonces… el RING. Número italiano. —Spam, pensó. RING otra vez. Atiende. Del otro lado, una voz que venía del mismísimo Ministerio del Karma:

¡Señóóór! Usted se llevó la maleta equivocada. El silencio fue tan espeso que se podía cortar con tarjeta de embarque. Frenazo. Giro. Vuelta al aeropuerto.

Y ahí estaba él: El verdadero Paganini. En carne, furia y gesticulación operática. —¡¡MALEDETTOOO!! —gritaba, como si le hubieran robado el alma, la valija y el vino tinto.

Nuestro protagonista, ahora en modo estatua de sal con valija ajena

Tartamudeó disculpas con el poco italiano que le quedaba. La escena era digna de Fellini, pero escrita por Kafka y musicalizada por el destino.  Y así entendió todo. Se rió de un tipo por pagar de más, y terminó como el ladrón de su equipaje. Ni víctima, ni victimario: solo un boludo universal. Desde entonces, cuando ve a alguien discutir por una valija, baja la mirada. Y susurra, casi como una plegaria:

Fuerza, hermano. Yo también fui un Paganini.

Y si no aprendés de esta historia, al menos revisá bien la maleta antes de salir. Porque el karma no necesita boarding pass, y te espera… en la cinta 4, al lado del piano de cola.