“La peligrosa perfección”
“En algún rincón del mundo, un hombre o una mujer, se quebraron por ser demasiado perfectos”
Tenían los dientes alineados como soldados en desfile
Sus currículums era un altar al mérito, y sus agendas no conocían el caos. Aplaudían su puntualidad, su disciplina, su impecable manera de no cometer errores. Pero nadie oyó el grito mudo que soltaban cada noche, cuando sus almas, exhaustas, pedían permiso para ser humanas. La perfección —decían— era una virtud. Pero nadie explicó que la virtud, cuando se vuelve cárcel, deja de ser virtud para convertirse en castigo.
En Japón, hay una técnica llamada kintsugi:
Cuando una vasija se rompe, no la desechan. La reconstruyen con oro. Las grietas no se ocultan. Se celebran. Cada fractura es parte de su historia. Pero en este mundo moderno, el oro no se usa para sanar heridas, sino para cubrirlas, ocultarlas, negarlas.
Allá por los países donde se venden sonrisas
En frascos y se embotellan cuerpos ideales, la depresión se ha vuelto epidemia. Porque se exige ser perfecto, pero se prohíbe estar triste. Porque se mide la vida en logros, en títulos, en horas productivas, y no en abrazos, ni en risas desordenadas, ni en las veces que nos levantamos con los ojos hinchados pero el corazón terco.
Y, sin embargo, hay belleza en la imperfección
En el café derramado sobre un poema inacabado. En la carta que nunca llegó a tiempo. En el error que nos hizo cambiar de rumbo, y en ese nuevo camino descubrimos que podíamos cantar.
Hay dignidad en el fracaso
Porque el fracaso habla de intento. De caída, sí, pero también de coraje. No hay derrota más digna que la de quien lo dio todo. Y hay cobardía en vivir sin arriesgar, por miedo a errar.
A veces, la felicidad no está en hacer todo bien
Sino en hacer algo que nos haga sentir vivos, aunque salga mal. Porque lo perfecto, muchas veces, es enemigo de lo verdadero. Y así vamos, por la vida, cosiéndonos las cicatrices con hilos invisibles, creyendo que debemos esconderlas. Cuando en realidad, son ellas las que nos cuentan.
Entonces, que nadie nos robe el derecho a fallar
Que nadie nos arrebate la posibilidad de ser incompletos, pero enteros. Porque somos eso: historias rotas, canciones desafinadas, pero nuestras. Y en ese desorden, en esa imperfección, late lo más humano de nosotros.