“Don Evaristo subió sin querer al cielo”

(un cuento corto para un lunes)

Don Evaristo vivía en un pueblo chico, de esos donde el alma se ve por las rendijas de las puertas y los perros bostezan como si supieran todo.

Nunca fue a misa. Ni por bodas ni por entierros. Decía que, si Dios existía, no le gustaban los aplausos ni los edificios altos.

No creía en nada, pero saludaba a todos. Con la mano, con la mirada o con el silencio. Cuando se murió, ya viejo, la tierra no hizo ruido. Pero el cielo sí.

Dios en persona

Apenas abrió los ojos —o lo que sea que uno abre cuando muere— se encontró con un hombre de barba blanca y voz como trueno dormido.

—Bienvenido, Evaristo —dijo Dios.

—Disculpe, ¿esto no es un error?

—Ninguno. Llegaste justo a tiempo. Te ganaste el cielo.

Evaristo se rascó la cabeza, o la idea de ella. No entendía. Él nunca había rezado. Nunca había comulgado. Nunca se había confesado, salvo con sus perros y una que otra estrella.

—¿Y eso cómo se explica?

El libro invisible de las virtudes

Dios sacó un cuaderno. No era de mármol ni de oro. Era de cartón reciclado.

—Aquí está todo —le dijo.

Y empezó a leer.

  • “Justicia: cuando el patrón despidió al mozo por robar pan, usted le llevó comida toda la semana sin que nadie se enterara.”
  • “Paciencia: cuando su vecino gritaba todas las noches borracho, usted nunca lo denunció. Solo le dejó una carta, sin firma, que decía: ‘no estás solo’.”
  • “Compasión: cuando la hija de la maestra perdió al marido, usted fue a cortar leña a su patio. Nunca supo que fue usted.
  • “Amistad: su casa siempre tuvo mate caliente. Para el que venía roto, para el que no sabía que lo necesitaba.”
  • “Sabiduría práctica: cuando su nieto preguntó por qué el mundo era injusto, usted no le habló de santos, le habló de manos. Y le enseñó a usarlas.”

Evaristo se quedó callado

Como se quedaba siempre cuando le decían algo bueno.

—¿Y mis pecados? —preguntó, bajito.

Dios se rió.

Los que anotaron como pecados no lo eran.

  • Fuiste desobediente, pero nunca cruel.
  • No cumpliste las reglas, pero honraste la vida.
  • No fuiste devoto, pero fuiste justo.
  • Y todo eso, en estos tiempos, pesa más que mil padrenuestros.

El banco del cielo

Entonces Evaristo preguntó si podía sentarse bajo un árbol. Dios le dijo que sí, que el cielo también tiene bancos de plaza y sombra buena.

Ahí está ahora, con un mate que no se enfría y una radio que nunca repite canción. No cree en Dios, ni falta que le hace. Pero Dios cree en él. Y a veces, bajito, le agradece.