“El paraíso y el infierno, hoy”

El paraíso no se compra

Nos dijeron que el paraíso estaba arriba. Con nubes, con alas, con himnos. Pero el paraíso está más cerca de lo que nos contaron. Y no se compra. El paraíso es el agua que corre sin dueño, la sombra de un árbol que nadie taló. Es el olor del pan recién hecho, el abrazo que llega antes de que uno lo pida, la risa que estalla cuando ya todo parecía perdido.

El paraíso es caminar descalzo sin miedo

Dormir sin sobresaltos, despertar sin deudas. Es la charla con un amigo que no vende nada, el silencio que no incomoda, el canto de un pájaro que no conoce fronteras. El paraíso es un camino sin apuro. Un río que no se encierra. Una montaña que no se vende. Un mar que abraza y no divide.

Es el amor en todas sus formas:

El que cuida, el que sostiene, el que elige quedarse. Es un beso sin permiso firmado, una caricia que no exige, una mano extendida sin interés. Es también el silencio que no oprime, sino que escucha. La palabra que no grita, pero transforma.

Hay paraíso en lo que no se cotiza

En lo que no se embotella ni se registra ni se patenta. Paraíso en lo que se da, no se vende. En lo que se ofrece, no se impone. Paraíso en lo que es bueno, sin necesidad de premio. En lo que es justo, aunque no tenga aplausos.

El infierno con corbata

El infierno, en cambio, tiene oficinas. Tiene banderas, tiene sellos, tiene uniformes. El infierno habla en nombre del orden, de la patria, del bien común. Pero miente. El infierno es una guerra que nunca acaba, pero cambia de nombre. Es un misil que busca paz.

Es un político que promete y se traga la promesa

Un banco que sonríe mientras te roba. Una empresa que “compensa carbono” mientras incendia bosques y expulsa pueblos.

El infierno se llama burocracia:

Ese laberinto donde los derechos se pierden y los culpables se limpian las manos con formularios.

El infierno también se disfraza de democracia: pero una donde se vota con miedo, se elige sin opciones y se gobierna desde lejos.

El infierno tiene ONG que venden conciencia ecológica en envases plásticos. Tiene filántropos que salvan árboles con una mano y talan selvas con la otra.

Paraísos diminutos, inmensos

Y, aun así, hay paraísos que nacen cada día. Pequeños, frágiles, persistentes.

El paraíso está en la madre que enseña a leer con un cuaderno prestado. En el campesino que guarda semillas como quien guarda cuentos. En la niña que riega su planta como quien cuida el universo.

Está en el perro que mueve la cola sin esperar nada. En el vecino que comparte su fruta. En el abrazo entre generaciones. En la tierra que aún da frutos sin pesticidas. En el viento que no lleva humo. En la lluvia que no cae con miedo.

Hay paraíso en la olla que se comparte. En la risa que desafía la sirena. En el baile que no se rinde, en la canción que no se calla. En el juego sin pantallas. En el cuerpo que se mueve por placer y no por exigencia. En la siesta bajo un árbol. En el mate sin agenda.

Son paraísos que no salen en las noticias. Pero salvan. Porque un acto de amor puede ser más fuerte que una bomba.

Infiernos legales

Hay infiernos que no arden, pero queman. Se firman en escritorios. Se sellan en tratados. Se debaten en foros donde se habla de futuro mientras se envenena el presente.

Se premia al que destruye en nombre del desarrollo, al que reprime en nombre de la seguridad, al que explota en nombre de la inversión. Se construyen infiernos con leyes. Con excusas. Con poder. Y se reparten como castigos a quienes no obedecen.

¿Y si el paraíso fuera una rebelión?

Tal vez el paraíso no sea un lugar, sino un gesto. Una resistencia. Tal vez el verdadero paraíso no sea eterno, pero sí justo. Tal vez esté en la dignidad que no se arrodilla, en la alegría que no se compra, en la verdad que no se vende.

Y el infierno no esté abajo ni después, sino aquí, cada vez que elegimos la comodidad en vez de la compasión. Cada vez que miramos hacia otro lado. El paraíso no espera. Se construye. Se defiende. Se siembra.

Y aunque el infierno tenga más poder, aún hay manos que, en silencio, insisten.
En parir paraísos desde la tierra.