9 de Julio: ¿Cuándo se jodió la Argentina?
La frase no es nuestra. Es de Mario Vargas Llosa, y hablaba de su querido Perú. La dijo con solemnidad de prólogo y tono de epitafio: “¿Cuándo se jodió el Perú?”. Se preguntaba cuándo su país dejó de prometer futuro para empezar a fabricar desgracias.
Irónicamente, a Perú hoy le va mucho mejor que a nosotros. Con inflación de un dígito, superávit fiscal, y una economía que —aunque gobierne el caos político— se comporta como una señora seria. Qué ironía, ¿no? Nosotros, los argentinos, los “herederos del porvenir” según Sarmiento, convertidos en el chiste trágico de Sudamérica.
Lamento escribir este texto justo hoy, 9 de julio, el día en que conmemoramos la Independencia Argentina. Un día que debería inspirar orgullo y esperanza, pero que, año tras año, nos encuentra preguntándonos lo mismo: ¿cuándo se jodió la Argentina?
¿Entonces cuándo se jodió la Argentina?
Yo estaba ahí. O, por lo menos, mis recuerdos lo estaban. No llegué al golpe de 1930, pero crecí con la certeza de que en este país cada ilusión dura menos que un ministro de Economía.
Uriburu tumbó a Yrigoyen en nombre del orden
Y el país comenzó a rodar cuesta abajo. Después Perón, el del Estado presente, el de “la tercera posición”. Decía: “La economía nunca debe estar separada de la política”. Y así fue: nunca más se separaron, pero tampoco volvieron a llevarse bien.
Después llegaron los años del péndulo:
Frondizi (1958-62), que trajo capitales extranjeros para industrializar, y terminó traicionado por todos. Onganía, Levingston, Lanusse: los generales que creían que la patria era su cuartel privado.
1973: volvió el General
Montado en un avión cargado de sombras. Lo esperaban dos países: el que gritaba su nombre como una promesa rota, y el que callaba, temiendo que esa promesa volviera a cumplirse. Isabel lo acompañaba. No traía flores, ni banderas. Traía obediencia.
López Rega, el secretario de los secretos preparaba el altar de los muertos. En su mesa no faltaban ni los informes de inteligencia ni los rezos de espíritus oscuros. Nacía la Triple A, y con ella, la muerte en nombre de la patria.
Los Montoneros creyeron ver en Perón a Moisés
Pero Moisés, viejo y cansado, los expulsó del templo. Ellos respondieron con pólvora, convencidos de que la historia se escribe con sangre. Se equivocaron. La escribieron con sangre ajena, en muros que luego otros pintaron de silencio.
Los que mataban desde las oficinas del Estado y los que mataban desde la clandestinidad creían tener la verdad. Y mientras tanto, el país se desangraba entre comunicados, bombas y discursos huecos.
Nadie ganó. Todos perdimos. Y ahora, tantos años después, algunos prefieren callar. Porque recordar incomoda. Porque nombrar duele. Porque, tal vez, la historia no absuelve a nadie.
Y el ’76… el año del silencio
El Proceso cívico-militar instauró el terror y el experimento neoliberal. José Alfredo Martínez de Hoz liberó el mercado y encadenó a la clase media: inflación, deuda externa y bicicleta financiera. Su frase quedó para el bronce: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Lo achicaron tanto que desapareció hasta la justicia.
Con Alfonsín volvimos a votar
Pero también a hacer cola para comprar azúcar. Su ministro Grinspun duró poco. Vital Sourrouille lanzó el Plan Austral (1985) y una frase que fue medio promesa, medio maldición: “Vamos a derrotar la inflación”. Perdimos esa batalla. Y muchas otras.
Menem cambió la Constitución, el discurso y la ideología
Cavallo inventó la convertibilidad: “Un peso, un dólar”. Y durante unos años fuimos Miami. Después vinieron el desempleo, las privatizaciones y el derrumbe.
2001, corralito. Saqueos. “Que se vayan todos”
De la Rúa, incapaz de entender el país que gobernaba, terminó huyendo en helicóptero. Cavallo volvió para rematar la obra.
Néstor Kirchner llegó en 2003 con fuerza y relato
Su ministro Lavagna renegoció la deuda externa. Cristina profundizó el modelo, pero también el relato. Axel Kicillof decía que el ajuste era de derecha, mientras los precios subían como cohetes.
Macri llegó con globos y promesas de eficiencia:
“La inflación es la muestra de tu incapacidad para gobernar”, dijo antes de gobernar. Terminó con el préstamo más grande de la historia del FMI y una inflación aún más alta.
Cristina Fernández de Kirchner: relato, confrontación y caja
Con ella el relato se convirtió en escudo y lanza. Nacionalización de YPF, subsidios sin control y un relato épico para tapar datos que no cerraban ni con maquillaje del INDEC. Kicillof, Lorenzino (“me quiero ir”) y Boudou fueron parte del elenco. Se peleó con el campo, con la prensa y hasta con las estadísticas. El dólar oficial era un chiste sin gracia. El “modelo” empezó a oler a encierro.
Alberto Fernández: la presidencia de nadie
Elegido por Cristina, terminó siendo rehén de su propio gabinete. Se peleó con su vicepresidenta, con la realidad y con los precios. Martín Guzmán prometió “tranquilizar la economía”, pero solo tranquilizó su salida por Twitter. Después vinieron Silvina Batakis (duró semanas) y Sergio Massa, que tomó el timón con cara de póker y promesas sin respaldo.
Sergio Massa: el piloto del Titanic con sonrisa de azafata
Massa fue todo: peronista, opositor, oficialista y ministro. Encarnó el pragmatismo sin ideología. Llegó con la promesa de evitar la devaluación… y la aplicó. Llegó para frenar la inflación… y se duplicó. Hablaba de estabilidad mientras el país se caía a pedazos. Hizo equilibrio sobre la cornisa fiscal con la habilidad de un equilibrista ciego. En campaña prometía futuro, pero dejó una bomba de tiempo con mecha corta.
Y ahora, Milei
El presidente libertario que duerme con un león de peluche y grita “¡Viva la libertad, carajo!” como si fuera un mantra económico. Su ministro, Luis Caputo, ya había sido el arquitecto de parte del desastre anterior. Milei no necesita voceros: él mismo se insulta, se cita y se responde.
¿Y el pueblo?
El pueblo aprendió a sobrevivir. A dolarizarse mentalmente, aunque no le alcance para comprar ni una tarjeta SUBE. A desconfiar del peso, del Estado, del vecino y hasta del panadero.
Epílogo:
-A veces me pregunto si no nos jodimos cuando dejamos de creer que el futuro podía ser nuestro.
-Cuando cambiamos la palabra proyecto por la palabra sálvese quien pueda.
-Cuando el mérito se convirtió en trampa, la educación en gasto y el trabajo en una carrera sin premio.
-La Argentina no se jodió por una dictadura o por un plan económico fallido. Se jodió cuando el fracaso dejó de doler. Cuando la indignación se volvió costumbre. Cuando la esperanza se convirtió en chiste.
-Hoy, los jóvenes se van. Los viejos se resignan. Los políticos se insultan. Y el país sigue girando en círculos, como un tango triste que nadie quiere bailar… pero todos conocemos de memoria.
No sé si algún día dejaremos de jodernos. Pero sé que seguimos escribiendo esta historia con el corazón partido y la cabeza en dólares.