Para fortalecer el corazón

Dicen que hay que cuidar el corazón. Que hay que caminar, que hay que comer menos sal, que no hay que enojarse tanto. Y sí, tal vez todo eso sirva. Pero con el tiempo he aprendido que el corazón no se fortalece solo bombeando sangre.

El corazón se hace fuerte cuando se involucra.

Hay una fuerza especial en agacharse

En doblar las rodillas no por derrota, sino por solidaridad. Cuando uno se detiene y mira al que está abajo, al que no tuvo suerte o al que simplemente ya no pudo más, algo dentro cambia. No es lástima, no. Es otra cosa.

Es como si uno recordara que también ha estado ahí, o que podría estarlo mañana.

Levantar a alguien no requiere músculos, pero sí valentía

Porque hay que tocar la tristeza ajena sin tenerle miedo. Hay que ofrecer la mano sin saber si el otro querrá tomarla. Y a veces, hay que quedarse un rato ahí abajo, acompañando, hasta que el otro pueda volver a pararse.

Curiosamente, cada vez que uno ayuda a levantar a otro, no solo se endereza el otro. Algo dentro de uno también se alza. Y entonces el corazón —ese músculo tan necio y tan noble— se expande.

Porque para ser fuerte no necesita endurecerse. Al contrario. Lo que lo salva es la ternura.

A veces, lo más valiente no es seguir adelante, sino detenerse

Tomarse el tiempo de mirar a los lados. Escuchar. No todos los que caen hacen ruido. Hay quienes se desmoronan en silencio, y por eso pasan desapercibidos. Por eso es tan importante estar atentos. Porque el corazón también se entrena en lo invisible.

Y cuando uno aprende a ver esas caídas mudas, empieza a darse cuenta de cuántas veces fue levantado sin notarlo. Por un gesto, por una palabra a tiempo, por alguien que no tenía la obligación, pero tuvo el coraje.

Ahí entendemos que ayudar no es caridad, es gratitud convertida en acto.

Y así, cada vez que te agachas para levantar a alguien

Sin darte cuenta también estás reparando algo tuyo.

Algo que quizás ni sabías que estaba roto. Porque hay dolores que solo se curan compartiéndolos.