“Estar solos tiene mala prensa”

La sospecha del que camina solo

En un mundo que aplaude los vínculos, pero pocas veces los revisa, estar solo se ha vuelto sospechoso. La soledad voluntaria parece un crimen sin sangre, un acto de rebeldía no autorizado por la moral colectiva. Como si el alma sin compañía estuviera rota, incompleta o enferma.

Pero no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Uno puede habitar el silencio con plenitud, mientras otros naufragan en la multitud.

El miedo a la silla vacía

Hay quienes se amarran al abismo con tal de no mirarse al espejo sin compañía. Se abrazan a relaciones que duelen, que hieren, que consumen. Dicen que es amor, pero es miedo. Dicen que es costumbre, pero es pánico a la silla vacía del comedor.

Prefieren el grito disfrazado de diálogo, el control disfrazado de protección, la costumbre disfrazada de amor. Y se convencen de que es normal, porque al menos “no están solos”.

Las valientes del cine, los héroes del restaurante

También están las otras, los otros, los que se animan al cine con una sola entrada, al restaurante con una sola silla, a la fiesta sin brazo que los acompañe. Caminan entre las mesas con la frente en alto, aunque muchas veces reciban miradas que juzgan sin entender.

Ellas y ellos desafían al dogma de la compañía obligatoria. Se eligen cada día y se acompañan sin espectadores. Son capaces de brindar sin testigos, de reír sin aprobación, de llorar sin testigos.

No son antisociales, ni amargados, ni raros. Son simplemente libres.

El mito de la multitud saludable

A veces la risa en grupo oculta la tristeza, y el ruido de la fiesta tapa el grito del alma. Estar rodeado no siempre es estar acompañado. Tener pareja no siempre es sinónimo de amor. Tener amigos no siempre garantiza la salud.

Hay amistades que duelen más que la distancia. Hay relaciones que enferman más que el abandono. Y hay multitudes que hacen sentir más solo que una habitación vacía.

Epílogo: La dignidad del que se tiene

Estar solo no es una falla del sistema, ni una avería emocional. Puede ser una elección, un refugio, una forma de dignidad.

El que se tiene a sí mismo, se respeta. El que se acompaña, se cuida. Y a veces, en esa soledad habitada con amor propio, se encuentran las respuestas que el ruido del mundo no deja escuchar.

Porque al final, no es cuestión de cantidad, sino de calidad. No se trata de con cuántos se está, sino de cómo se está, incluso —y, sobre todo— cuando se está solo.

Y acaso, ¿quién es más valiente? ¿El que permanece en una mala compañía por miedo a la soledad, o el que abraza su propia presencia con ternura y transforma su silencio en hogar?