El peligro del éxito: estar tan cerca del mérito

“Vivimos en una sociedad que ha hecho del éxito una religión y del mérito, su mito fundador”

Se nos repite hasta el cansancio que quien triunfa lo hace porque se lo ha ganado, porque trabajó duro, porque fue mejor. Sin embargo, esta lógica meritocrática omite una verdad incómoda: no siempre triunfa quien lo merece.

A veces, el éxito cae en manos de los menos justos, de los menos preparados, de los que supieron moverse mejor, simular mejor, venderse mejor. Y cuando eso ocurre, el éxito deja de ser un reflejo del mérito y se convierte en una peligrosa distorsión de la realidad.

Pensemos:

“Una de las grandes trampas del éxito es que otorga legitimidad, aunque esta no siempre esté justificada”

Basta con que alguien alcance un cargo, una medalla o un aplauso para que el entorno asuma que lo tiene bien merecido. Pero el mérito no siempre acompaña al triunfo.

Hay personas que llegan lejos sin haber atravesado un verdadero camino de crecimiento, sin haber enfrentado grandes desafíos, sin ética, sin respeto por los otros. Triunfan, sí, pero no por ser los mejores, sino por haber sabido jugar un juego donde no siempre ganan los honestos.

Peor aún: muchas veces, quien logra el éxito sin merecerlo, termina convencido de que sí lo merecía. Se crea entonces una ilusión peligrosa: la de creerse valioso solo porque fue premiado. Pero un premio no es prueba de mérito.

Hay quien gana por oportunismo, por contactos, por suerte, o simplemente porque el sistema falla. Y mientras tanto, los verdaderamente comprometidos, los que trabajaron con honestidad y talento, quedan al margen, invisibilizados, aplaudiendo desde el fondo.

El costado más doloroso

“No solo gana quien no debería, sino que muchas veces pierde quien más lo merecía”

Y en ese desequilibrio se genera una herida profunda. Porque cuando el mérito no garantiza el éxito, se instala la injusticia. Y esa injusticia no solo afecta al que pierde: daña el valor de la palabra “éxito”, deslegitima los logros reales y debilita la confianza en el esfuerzo.

Epílogo

“Es necesario desenmascarar esta lógica perversa que confunde éxito con mérito”

No todo el que triunfa lo merece, y no todo el que merece triunfar lo consigue. Reconocer esta verdad nos obliga a mirar con más atención, a no dejarnos deslumbrar por el brillo de los ganadores, y a dar valor a quienes, aun sin trofeos, sostienen su integridad y su talento.

El verdadero mérito, muchas veces, no está en lo alto del podio, sino en quienes supieron perder sin traicionarse, en quienes no se corrompieron por llegar. Porque el éxito sin mérito no solo no honra, sino que, a la larga, vacía. Y el mérito sin éxito, aunque duela, sigue siendo una victoria silenciosa que vale más que mil aplausos sin verdad.