La culpa es como “una piedrita en el zapato”

No se ve, pero jode todo el tiempo. Uno puede seguir caminando, puede sonreír, trabajar, hacer su vida… pero ahí está, molestando, recordándote que algo no está bien. Y cuanto más la querés ignorar, más se hace sentir.

Mirá, la culpa no siempre aparece porque hicimos algo terrible

A veces se mete calladita, por cosas que ni siquiera fueron nuestra responsabilidad. Como si lleváramos una mochila que alguien más nos colgó al hombro cuando éramos chicos. Y uno, por cariño, por miedo o por costumbre, se la sigue bancando toda la vida.

Hay culpas que nacen porque no llegamos a ser eso que esperaban de nosotros

El hijo ideal, la madre perfecta, el amigo que siempre está. Y cuando no podemos con todo, cuando fallamos, aunque sea un poquito, nos castiga esa voz interna que nos dice: «tendrías que haberlo hecho mejor».

También está esa culpa que viene después de tomar decisiones difíciles

Elegir un camino y dejar otro atrás. Irse de un lugar, cortar una relación, priorizarse. Y aunque uno sepa que hizo lo correcto, por dentro algo duele. Y ahí aparece esa vieja conocida que te susurra: “¿y si te equivocaste?”

Lo bravo de la culpa es que a veces no te deja avanzar

Te deja trabado en el “¿y si…?”, en el “tendría que haber…”. Y la vida no espera. Uno se queda encerrado en un pasado que ya no puede cambiar, dándole vueltas a lo mismo. Y en ese girar, uno se castiga. Porque ojo, hay muchos que usan la culpa para castigarse, como si eso arreglara algo.

Pero no todo es tan negro

La culpa, bien entendida, puede ser una maestra. Te muestra tus límites, tus errores, y te da la oportunidad de hacer algo distinto. El problema es cuando en vez de enseñarte, te condena. Cuando en vez de ayudarte a crecer, te encierra.

A veces hay que sentarse con esa culpa, como quien se sienta con un amigo difícil Escucharla, preguntarse de dónde viene. ¿Es realmente tuya o es prestada? ¿Te sirve para ser mejor o solo te lastima? Y si descubrís que ya no te ayuda, es hora de dejarla ir. Con cariño, sin bronca. Agradecerle lo que te enseñó y soltar.

Porque nadie se salva de mandarse macanas

Pero tampoco se trata de vivir pagando eternamente por ellas. Todos merecemos una segunda oportunidad, incluso con nosotros mismos.

Y sabés qué… yo creo que la culpa está mal nombrada:

Debería llamarse simplemente «error». Porque con los errores tenemos más paciencia, los entendemos, aprendemos, los perdonamos. En cambio, con la culpa… nos damos con un caño.

Así que tal vez, si empezáramos a llamar las cosas por su nombre más justo, viviríamos un poquito más livianos.