Tiempos de descubrimiento (y de deslizar el dedo)
La revolución del pulgar
Vivimos en un momento curioso. Antes, conocer a alguien implicaba una coreografía lenta: miradas en un bar, presentaciones de amigos, un baile tímido en un cumpleaños de quince.
Hoy, basta un pulgar ansioso sobre una pantalla para decidir si alguien puede ser “el amor de tu vida” o un “mejor suerte la próxima”. Son tiempos de descubrimiento, pero no de esos de Cristóbal Colón con barcos y mapas, sino de exploraciones de piel, afecto y compañía con aplicaciones que suplantan al azar.
Las vitrinas digitales
Existen, por supuesto, las aplicaciones que juegan al amor romántico, las que ofrecen la promesa de una pareja con la que compartir la vida (o al menos las cuentas de Netflix).
Estas plataformas son inclusivas: heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual, omnisexual y todas las etiquetas que entren en el catálogo. Basta con declarar tu preferencia y el algoritmo hace el resto.
Cito cinco, las más nombradas entre café y sobremesa:
- Tinder – la más famosa, la que inventó el “deslizar para la derecha” como gesto cultural.
- Bumble – donde la primera palabra la dicen ellas, como revancha histórica.
- OkCupid – un test psicológico disfrazado de cupido digital.
- Her – especializada en mujeres que buscan mujeres.
- Hinge – que promete desinstalarse porque supuestamente encontraste al definitivo.
Todas distintas, todas parecidas. Son como supermercados de vínculos: pasillos infinitos, góndolas de sonrisas, etiquetas con hobbies.
El club de los paseantes
Pero no todo es romance ni convivencia. Existen también las aplicaciones para quienes buscan algo más ligero: alguien para ir al cine, caminar por el parque o compartir un viaje.
Plataformas en las que se pacta compañía sin derecho a roce, casi como alquilar un amigo por hora. La cita se transforma en un acuerdo tácito: “charlamos, nos reímos, pero nada de sudor compartido”. Es un fenómeno interesante porque desnuda una soledad distinta, la de querer compañía sin necesidad de cuerpo.
Sexo exprés, sin delivery
Y claro, en el otro extremo están las famosas touch and go: encuentros rápidos, intensos y descartables. El objetivo es directo, sin prólogo ni epílogo. Dos personas se encuentran, hacen el amor (o al menos lo intentan) y luego cada cual, a su casa, sin promesas de desayuno compartido.
Un mercado paralelo donde la ternura no es moneda corriente, y la honestidad brutal es casi la regla: “quiero sexo, sin más explicaciones”. Algunos lo viven con libertad, otros con pudor, pero ahí están, funcionando como estaciones de servicio del deseo.
Los sabios consultados
Para entender este zoológico digital, fui a buscar y leer opiniones, de quienes saben pensar estas cosas con un poco más de calma. Cito cinco voces que encontré en charlas, libros y conferencias:
- Zygmunt Bauman – que ya había avisado con su “amor líquido” que los vínculos serían más frágiles y veloces.
- Esther Perel – la terapeuta que insiste en que la intimidad y el deseo son animales diferentes.
- Byung-Chul Han – el filósofo que denuncia la “sociedad del cansancio” y la inmediatez como enfermedad.
- Eva Illouz – socióloga que explica cómo el mercado colonizó incluso el amor.
- Un taxista porteño – que me dijo: “pibe, antes había que animarse a llamar por teléfono a la casa, y te atendía el viejo con la escopeta”.
Todos tienen razón. O al menos su parte de razón. Y entre tanto argumento académico, la lucidez más brutal vino del asiento trasero de un auto.
Epílogo: deslizar es humano
Quizá lo que esté pasando sea bastante simple. Siempre buscamos lo mismo: compañía, ternura, sexo, conversación, alguien que nos entienda o al menos que nos escuche.
Lo novedoso es el envase, el atajo digital que nos ahorra silencios incómodos o rechazos cara a cara.
No hay que idealizar ni demonizar. Hay quienes encuentran matrimonios eternos en un swipe y hay quienes solo coleccionan anécdotas para el domingo.
Las aplicaciones no inventaron el deseo ni la soledad; apenas les dieron un nuevo escenario, portátil y luminoso.
Y si alguna vez nos preguntamos si vale la pena, la respuesta es la misma que cuando conocíamos gente en una plaza, en una fiesta o en la cola del banco: depende de lo que busques, depende de lo que encuentres.
El descubrimiento no está en el algoritmo, sino en nosotros mismos: saber qué queremos, cuándo lo queremos y con quién. El resto es cuestión de dedo y destino.