Hasta pronto, Raulito, buen viaje

Madrid, agosto de 2025

Se nos fue Raúl Barboza. Para los amigos, simplemente Raulito. Y junto a su inseparable compañera de vida, la entrañable Olguita, tejió un camino que hoy recordamos con amor y lágrimas.

Raulito fue un caminante del mundo.

A los seis años ya era un mago del fuelle, y desde entonces nunca dejó de conversar con el aire. A los doce, grababa sus primeras notas; después, el destino lo llevó de rancho en rancho, de escenario en escenario, de río en río. Tocaba no para deslumbrar, sino para emocionar. Lo suyo no era el virtuosismo vacío, sino la ternura que conmueve hasta al más duro.

Recorrió su país, cruzó fronteras, se hizo nómada.

París lo recibió sin idioma, sin certezas, pero con un acordeón como brújula. Allí le pidieron tango. Se negó. Su pulso era otro: el chamamé. Lo defendió como quien protege un fuego sagrado, y lo llevó a los cinco continentes.

Japón lo escuchó en templos de silencio.

Rusia lo abrazó con frío polar. África le ofreció el calor del polvo rojo. Canadá lo cubrió de nieve. Y siempre volvía: a Corrientes, al Paraná, a Cosquín, a Entre Ríos. Volvía porque el chamamé lo llamaba. “Me paso la vida volviendo”, decía, y era cierto.

Compartió escenarios con Mercedes Sosa.

Con Cesária Évora, con McFerrin, con Carreras, con Piazzolla, con Yupanqui. Improvisaba como quien abre la canilla de un río secreto. En Francia lo compararon con los grandes rebeldes del jazz. Pero él siempre fue fiel a sí mismo: dejaba que la música lo guiara como un murmullo del espíritu.

Recibió premios, medallas, honores.

Fue doctor Honoris Causa, caballero de las artes en Francia. Pero lo que más lo conmovió fue ver al chamamé declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. “Ese era el sueño de mis padres, de mis maestros”, dijo, y en sus ojos se adivinaba el niño que alguna vez recibió su primer acordeón.

Era un sembrador.

Donde iba, dejaba semillas. Y aun en sus últimos años, lejos de apagarse, tenía más coraje que nunca. Hace apenas unas semanas, escribió en sus redes una nota que hoy resuena como un adiós premonitorio:

“A fines de Julio me hice una escapadita de diez días a Brasil, con el invaluable acompañamiento de colegas amigos y un público entusiasta, realicé cinco actuaciones que guardaré con alegría en mi memoria emocional. ¡Ya de regreso en París y luego de un chequeo de ‘motor’ muy necesario a los 87 años jaj! Creo que emprenderemos junto con Olguita nuestro retorno definitivo a la Argentina. ¡Ojalá así sea! Abrazos, los mantendré informados…”

Ese retorno definitivo no llegó en cuerpo. Pero sí en alma.

Raulito ha vuelto, y vuelve cada vez que un acordeón se abre, cada vez que el chamamé late en algún rincón del mundo. Querido hermano, gracias por tu música, por tu vida, por tu fidelidad al río, a la ternura y a la amistad.

Tu sencillez y tu música se quedan para siempre con nosotros. Aquí te lloramos, aquí te celebramos. Tu viaje continúa, infinito y luminoso.

Omar Romano Sforza
Madrid, España