El Chat GPT está matando a los escritores

Hoy los buscadores tienen un problema: cuando buscás algo en Google, la primera opción te la da la IA.

Antes uno se encontraba con un blog de un señor en bata escribiendo desde el sótano sobre los secretos del universo; hoy aparece Chat GPT, con sus modales impecables de mayordomo digital, contestando como si supiera de todo y al mismo tiempo de nada. Eso, dicen, es el principio del Apocalipsis literario.

Los escritores veteranos.

Con las uñas gastadas de tanto subrayar en diccionarios, sienten que les soplaron la vela del cumpleaños sin permiso. ¡Décadas de sufrimiento estético reducidas a un clic! La escena es casi religiosa: hordas de novelistas proclamando que la máquina viene a matarlos, como si fuera un Terminator con corrector ortográfico. Y, sin embargo, si uno se detiene a mirar, el único cadáver que aparece es el ego de algunos que confundieron la palabra “musa” con “monopolio”.

Porque seamos sinceros:

La literatura nunca fue ese acto sagrado que ahora algunos quieren defender como si fuera un patrimonio en peligro de extinción. La literatura fue siempre un reciclaje con buena iluminación. Cervantes se reía de los caballeros andantes que otros ya habían inventado; Borges jugaba con citas que no existían; Cortázar hacía malabares con cronopios que parecían haber escapado de un zoológico surrealista. ¿Y ahora resulta que un programa que encadena palabras es más peligroso que todos ellos juntos? ¡Vamos, por favor!

Lo que realmente duele no es que la IA escriba, sino que lo haga sin esfuerzo.

Un escritor de carne y hueso necesita café, ansiedad, una pizca de alcohol y tres madrugadas para parir un cuento mediocre. El Chat GPT, en cambio, escupe cinco versiones en segundos, como si fuera un ventrílocuo hiperquinético. Y claro, cuando la máquina produce sin bostezar, el escritor siente que le robaron no solo el oficio, sino también la justificación de sus ojeras.

Algunos argumentan que la máquina no siente.

¡Gracias al cielo! Porque si sintiera, estaría llorando al leer tanto lamento gremial. Otros insisten en que no tiene imaginación, como si la mitad de la literatura universal no hubiera sido ya una combinación ingeniosa de lo que vino antes. Homero se inspiró en mitos orales, Shakespeare recicló tragedias italianas, y nosotros seguimos leyendo manuales de autoayuda con tapa dura. ¿De verdad creemos que la originalidad humana es tan original?

La acusación favorita, sin embargo, es la del plagio.

Que el Chat GPT roba ideas, dicen, como si los escritores no hubieran saqueado bibliotecas desde que existen. La diferencia es que el humano lo hace con aura bohemia, y la máquina con un procesador que no pide aumentos. En resumen: la IA no mata escritores, mata excusas. Y eso sí que duele.

Yo sospecho que lo que en realidad se está muriendo no es el escritor.

Sino esa vieja idea de que la escritura es un sacrificio. El mito del artista mártir que sangra tinta para producir dos párrafos legibles se tambalea. Quizás sea momento de aceptar que la máquina vino a recordarnos que escribir no es sinónimo de flagelarse, sino de jugar, dialogar, probar. Y que la inspiración, cuando aparece, no pregunta si sos de silicio o de carne.

Así que, después de tanta paranoia, conviene cerrar con algo sensato:

La IA es, al fin y al cabo, una herramienta del escritor. Bienvenida sea. Pero que quede claro: no reemplaza la mente del que escribe, solo le ofrece un espejo nuevo, una linterna distinta para mirar las mismas sombras de siempre. Y si eso mata a alguien, que sea al ego inflado… no al escritor.

Porque sí: la IA ayuda en las búsquedas, a investigar, a rastrear bibliografía y ordenar papeles. Sirve de brújula en el océano del dato, de mapa en la selva de la información. Pero nunca, pero nunca podrá reemplazar al escritor y a su idea, sus sentimientos y su sensibilidad.

La chispa que enciende una página no está en el algoritmo, sino en ese temblor humano que ninguna máquina, por más elegante que sea, podrá imitar sin quedarse hueca.