¿Sabían que?

No sé ustedes, pero en esta época de inteligencia artificial, algoritmos que aprenden más rápido que nosotros y tecnología que parece sacada de una película de ciencia ficción, me detuve a pensar en algo mucho más terrenal: los derechos básicos. Esos que deberían estar garantizados para todos, pero que la historia —y el presente— nos recuerdan que no siempre fueron, ni son, universales.

Mientras hoy discutimos sobre la privacidad de los datos, la vigilancia digital o la automatización del trabajo, no está de más mirar hacia atrás (y alrededor) para entender que hubo tiempos —y aún los hay— en los que derechos elementales como el voto, la educación sin violencia o la igualdad de género eran, o son todavía, negados. Y aunque cueste creerlo, el repaso deja en evidencia un patrón: el progreso tecnológico nunca fue garantía de progreso humano.

El derecho a decidir: el voto negado

El voto, esa herramienta mínima de la democracia, fue durante siglos un privilegio y no un derecho. Pensemos en Argentina, donde recién en 1947 las mujeres pudieron sufragar gracias a la Ley 13.010. Hasta ese momento, la mitad de la población adulta estaba excluida del proceso político, como si sus voces no contaran.

Pero no fue solo en nuestro país. Suiza, símbolo de democracia, recién reconoció el voto femenino en 1971. Y si uno baja a lo local, algunos cantones suizos mantuvieron la prohibición hasta 1990. Increíble, ¿no? Un país que alardeaba de su tradición democrática, pero que a la vez negaba un derecho elemental.

Peor aún: en muchos lugares, el voto estuvo supeditado a la riqueza, la raza o la alfabetización. Durante décadas en Estados Unidos, los afroamericanos fueron “ciudadanos de segunda”: leyes de supresión electoral, impuestos al voto y pruebas de alfabetización los mantenían lejos de las urnas.

El cuerpo como territorio de castigo

Si hoy hablamos de acoso escolar, salud mental y pedagogías inclusivas, no olvidemos que hasta hace nada en muchos países el castigo físico en las escuelas era legal. El Reino Unido recién lo abolió en 1987 en el sistema público, y en las privadas siguió hasta 1999.

Golpear a niños con varas, cinturones o palmetas era visto como “formativo”. El derecho de los más pequeños a una educación sin violencia fue sistemáticamente ignorado. Y esto, más allá de los datos, nos muestra algo más profundo: la niñez como sujeto de derechos es una conquista muy reciente.

La discriminación legalizada

Otro capítulo oscuro es la discriminación convertida en ley. El caso más evidente es Sudáfrica, donde el apartheid (1948–1994) institucionalizó la segregación racial. No se trataba solo de prejuicios sociales: estaba escrito en la legislación que los negros no podían votar, estudiar en las mismas escuelas, ni siquiera usar los mismos baños que los blancos.

Pero no fue el único ejemplo. En Estados Unidos, las llamadas “leyes Jim Crow” crearon una muralla de desigualdades durante casi un siglo. Y en muchos otros países, las poblaciones indígenas, las minorías étnicas o los migrantes fueron relegados sistemáticamente de la ciudadanía plena.

La mujer como ciudadana incompleta

Hoy suena absurdo, pero hasta hace unas pocas décadas las mujeres casadas no podían abrir una cuenta bancaria, administrar bienes ni decidir sobre su propio trabajo sin autorización del marido. La autonomía económica era un lujo masculino.

En numerosos códigos laborales se restringían profesiones “impropias” para las mujeres, relegándolas a un rol doméstico obligatorio. Y en paralelo, la violencia doméstica era vista como un “asunto privado”, fuera del alcance de la justicia.

No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos recientes: en Arabia Saudita las mujeres votaron por primera vez en 2015.

Derechos de las minorías: siempre a destiempo

El siglo XX avanzó en ciencia, viajes espaciales y telecomunicaciones, pero la ampliación de derechos llegó tarde y con trabas para las minorías.

  • Las personas con discapacidad fueron aisladas en instituciones durante décadas, privadas de educación y trabajo.
  • La homosexualidad fue considerada delito hasta fines del siglo XX en la mayoría de los países occidentales, y aún hoy es penalizada en más de 60 naciones.
  • El matrimonio infantil, todavía vigente en varias regiones, sigue negando a niñas el derecho a la infancia y a la educación.

Lo que duele de estos ejemplos es que no hablamos de “fallas” aisladas, sino de sistemas enteros construidos sobre la exclusión.

La paradoja de la modernidad

¿Qué nos dicen todos estos datos? Que mientras el mundo se maravillaba con los avances tecnológicos, la carrera espacial o la llegada de Internet, enormes sectores de la población seguían sin acceso a derechos básicos.

La paradoja es brutal: hemos sido capaces de poner un hombre en la Luna en 1969, pero en ese mismo año millones de mujeres en Europa aún no podían votar; inventamos la computadora personal en los años 80, mientras miles de niños todavía eran golpeados legalmente en la escuela; desarrollamos Internet en los 90, pero a la vez negábamos derechos a las parejas homosexuales o a las comunidades indígenas.

El progreso técnico siempre convivió con el atraso social.

Un espejo incómodo

Hacer este repaso no es un ejercicio de nostalgia, sino un espejo incómodo. Porque si algo enseña la historia es que los derechos nunca estuvieron “dados”: fueron conquistas arrancadas a sistemas que se resistían al cambio.

Y si bien hoy nos parece obvio que el voto sea universal, que los niños no sufran castigos físicos o que una mujer pueda administrar sus bienes, no hay que olvidar que cada uno de esos logros fue producto de luchas sociales, de resistencia y de valentía colectiva.

Conclusión: derechos humanos en tiempos de IA

En esta época en que hablamos de inteligencia artificial, de robots que reemplazan tareas humanas y de nuevas formas de control digital, no está de más recordar que los derechos más básicos no fueron ni son automáticos.

El futuro no asegura justicia por sí mismo. La historia demuestra que siempre habrá sectores intentando limitar la igualdad bajo excusas culturales, religiosas o económicas.

Por eso, más que maravillarnos con las promesas tecnológicas, el desafío es garantizar que esa innovación no repita las viejas exclusiones.

Que la próxima vez que alguien haga un listado como este, no tenga que escribir: “¿sabías que en pleno siglo XXI aún había gente sin derecho a decidir, a amar, a educarse o a vivir sin violencia?”.