Así en la vida como en la empresa: «Errores reciclados»
En la vida profesional los estrenos suelen ser repeticiones.
No hay novedad verdadera, sólo viejas torpezas vestidas con traje reciente. El gerente que anuncia con aire de revelación: “No sabes lo que salió mal en este proyecto”. Y uno, en silencio, reconoce la escena: es el mismo equívoco de siempre, con otro cliente, otra fecha, otra sala de juntas.
La diferencia es apenas cosmética; la sustancia del tropiezo permanece intacta.
Los errores con amnesia ejecutiva
Hay errores que se archivan con delicadeza, como si fueran reliquias incómodas.
Se maquillan en reportes, se encubren bajo indicadores, se esconden detrás de narrativas estratégicas. Se entierra lo ocurrido con la esperanza de que, al no nombrarlo, desaparezca. Y, sin embargo, vuelve. Siempre vuelve. Disfrazado de novedad, de innovación, de “gran oportunidad”.
Es el presupuesto inflado que ya naufragó antes, rescatado con entusiasmo ceremonial.
Es el socio “brillante” que deslumbra al inicio y arrastra después al equipo al mismo precipicio.
Es la cultura tóxica que se recicla en cada generación de directivos, con idénticas promesas y los mismos silencios.
Y entonces la sorpresa se actúa con convicción, como si de verdad fuera la primera vez que ocurre.
El verdadero problema
No es grave equivocarse: está previsto, como una partida tácita en cualquier presupuesto. El verdadero problema es repetir la torpeza y revestirla de imprevisibilidad.
La representación se repite: organizaciones que proclaman su reinvención con el mismo manual de siempre; profesionales que cambian de cargo, pero no de hábitos; equipos que tropiezan con métricas que hace tiempo demostraron su insuficiencia.
La escena recuerda a un teatro antiguo donde se cambian los decorados, pero la obra es idéntica. Los actores entran con renovada solemnidad, los aplausos iniciales se repiten, y a mitad del acto ya se percibe la fatiga de lo ya visto.
Innovar el error
El secreto no es abolir el error. Eso equivaldría a abolir la experiencia misma. El secreto es innovarlo.
Ensayar caídas distintas, diseñar fracasos que enseñen algo más que la persistencia del error. Caer con conciencia de la caída, no con la ilusión de sorpresa.
Fallar con estilo es convertir la equivocación en parte de la memoria institucional.
No para exhibirla como trofeo, sino para impedir que se repita bajo otra forma. Una organización que sabe aprender de lo que falla madura; una que sólo entierra lo ocurrido se condena a repetir la misma tragedia en capítulos previsibles.
La vida fuera de la oficina
Tampoco en lo privado estamos exentos.
En el hogar, en la familia, la historia se recicla con similar precisión. La deuda que se oculta, el enojo que no se nombra, la distancia que se disfraza de cortesía. Treinta años después regresan bajo otros rostros, en otro escenario, con otro lenguaje.
El guion, sin embargo, permanece fiel a sí mismo.
Los silencios heredados tienen la misma eficacia que los reportes maquillados: sostienen la ilusión de que lo no dicho no existe. Y así, lo reprimido encuentra siempre la manera de regresar, a veces con mayor contundencia que en su origen.
Nombrar lo innombrable
El acto verdaderamente subversivo es nombrar lo innombrable.
Reconocer que lo que hoy se presenta como infortunio ya tiene un expediente anterior. Señalar que la sorpresa es impostura. Darle nombre al tabú, quitarle el disfraz al error.
Porque lo que no se nombra persiste; lo que no se reconoce se repite. Y la ironía de la vida profesional —y de la vida entera— es que nos engañamos creyendo en estrenos, cuando lo que representamos son variaciones del mismo libreto.
La diferencia, al final, está en la forma en que decidimos tropezar: con la ingenuidad de quien cree que todo es nuevo, o con la lucidez de quien sabe que la caída ya estaba escrita.