No te dejes atrapar por la nostalgia

Ese es el primer renglón que debería encabezar cualquier manual de supervivencia emocional. Porque la nostalgia tiene la elegancia de una estafa bien hecha: te acaricia el hombro, te muestra un par de postales gastadas, te hace creer que antes eras más feliz, más flaco o valiente, y cuando te querés acordar ya firmaste un contrato vitalicio con un pasado que nunca existió tal cual lo recordás.

La nostalgia es traicionera

Porque trabaja como un editor tramposo: corta, pega, colorea, elimina escenas incómodas y deja solo aquello que podría venderse como una versión “remasterizada” de tu vida. Y vos, que sos humano y muchas veces crédulo, picás el anzuelo. Te ves ahí, retroiluminado por el brillo tibio de la memoria, convencido de que cualquier tiempo anterior fue mejor. Pero no. Como mínimo, fue igual de confuso que este.

Para evitar que esa ilusión pegajosa te inmovilice

Conviene armar un pequeño manual de bolsillo. Algo que puedas consultar cuando una canción, un olor o un algoritmo insistente te empuje al túnel del tiempo. Y acá van cinco ejercicios simples —simples, no fáciles— para empezar a construirlo.

1- El ejercicio del calendario honesto

Comprá un almanaque viejo o imprimí uno. Marcá al azar diez días de hace cinco o diez años. Ahora, sin trampas, escribí qué estaba pasando realmente en esas fechas. No vale decir “era feliz”, punto. Detallá: ¿quién te caía mal?, ¿qué te dolía?, ¿qué metas no estabas cumpliendo?, ¿con qué insomnio dormías? Ejemplo: “El 16 de abril de 2017 yo juraba que mi vida era estable, pero el lavarropas hacía un ruido raro, mi jefe no respondía mails y todavía debía la inscripción del gimnasio al que nunca fui”. Este ejercicio perfora el filtro rosa. Recordar con precisión desarma la nostalgia en segundos.

2- El ejercicio del objeto imprudente

Elegí un objeto del pasado que guardás por razones sentimentales. Puede ser una bufanda que te tejieron, un celular que ya no prende o la entrada arrugada de un recital. Observá el objeto como si fuera una evidencia policial. ¿Qué dice de vos hoy? ¿Qué peso tiene? A veces el objeto está cargado de una historia que ya no te pertenece. Sacarlo del cajón puede liberar espacio, literal y emocional. Ejemplo: tirar el llavero de una casa donde ya nadie te espera no destruye la memoria; la ordena.

3- El ejercicio de la pequeña aventura

La nostalgia se alimenta de rutina. Cuando todo es previsible, el cerebro vuelve a lo conocido, incluso si lo conocido fue mediocre. Por eso, una vez por semana, hacé algo que rompa, aunque sea un milímetro tu repetición automática. Ejemplo: cambiá de camino al trabajo, pedí un plato que nunca probaste, sentarte en una plaza distinta. El cerebro, sorprendido, se vuelve presente y deja de escarbar archivos viejos para entretenerse.

4- El ejercicio de la conversación incómoda

Buscá a alguien que formó parte de ese pasado idealizado y hablá con esa persona sin guion. No para reavivar nada, sino para ajustar la percepción. Tal vez también recuerde cosas distintas, o te cuente una verdad que tu memoria quiso omitir. Ejemplo: descubrir que “la salida perfecta de 2014” para la otra persona fue “una noche rarísima en la que estabas distraído” es un reajuste necesario.

5- El ejercicio de la versión futura

La nostalgia domina porque el futuro está en blanco y eso da miedo. Por eso, una vez al mes, escribí un pequeño párrafo describiendo cómo querés que sea tu vida en un año. No cómo creés que será: cómo querés que sea. Ejemplo: “En un año quiero desayunar sin apuro, tener un proyecto que me entusiasme y aprender a cocinar algo que no venga en caja”. Escribir el futuro le resta poder al pasado. Y el manual que necesitás se va armando justo ahí: en cada gesto que te devuelve suavemente al único tiempo que te permite moverte, equivocarte o inventarte de nuevo: el presente.