La gente que quiero
En la vida, no son los que acumulan montañas de posesiones quienes dan color verdadero al tapiz, sino aquellos que encuentran la riqueza en la simplicidad misma del existir. Así, me seduce la esencia de aquellos corazones simples, que, como ríos caudalosos, fluyen con generosidad y honestidad.
En el mercado bullicioso del mundo, donde se jactan los opulentos de sus tesoros acumulados, prefiero perderme en la calma de aquellos que no necesitan desplegar un desfile de vanidades para ser reconocidos. Son como oasis en el desierto, capaces de ofrecer su agua sin esperar a cambio más que una sonrisa.
Me atrae esa gente cuyas riquezas no se miden en monedas de oro, sino en la calidez de su abrazo, en la profundidad de su mirada, en el eco de su risa compartida. Son ellos quienes, sin fanfarrias ni alardes, te ofrecen su mano en los momentos de necesidad, compartiendo contigo lo que tienen, porque entienden que en la comunión de lo poco se encuentra la verdadera abundancia.
Por eso, en este viaje efímero que llamamos vida, me inclino ante la grandeza de aquellos que, siendo dueños de poco material, son guardianes de inmensas fortunas de humanidad. Son ellos quienes dan brillo a la existencia, llenando los días con la luz de su sencillez y la belleza de su altruismo.