El Reconocimiento y la sombra del deseo

Vivimos atrapados en un ciclo eterno, buscando el reflejo de nuestra existencia en los ojos de los demás.

El reconocimiento, esa dulce melodía que calma nuestra incertidumbre, se convierte con facilidad en un veneno. No lo sabemos, pero lo buscamos a cada instante: en el trabajo, en la mirada del amante, en el abrazo de un amigo. Necesitamos que alguien nos diga que estamos aquí, que valemos, que somos algo más que el vacío que llevamos dentro.

Sin embargo, el reconocimiento es un dios caprichoso

Nos acaricia cuando menos lo esperamos y nos abandona cuando más lo necesitamos. Es entonces cuando nuestra dependencia se transforma en una cadena invisible que ahoga nuestras relaciones. Donde había amor, surge la demanda. Donde antes había gratitud, ahora hay exigencia. Nos convertimos en mendigos de una validación que nunca es suficiente.

El problema no es desear ser vistos, sino olvidar que somos nosotros quienes primero debemos vernos

En la soledad del alma, donde la voz del otro no alcanza, es donde realmente empieza el reconocimiento. ¿Cuántas veces nos hemos mirado al espejo buscando algo que nos salve, y cuántas veces hemos salido a buscarlo en el rostro de los demás? Y así nos perdemos, una y otra vez, como un río que corre hacia un mar que nunca llega.

En las relaciones, esta dinámica es devastadora

¿Cómo sostener un vínculo cuando esperamos que el otro nos complete? ¿Cómo amar sin convertir al otro en una herramienta para calmar nuestras propias carencias? El amor, como la vida misma, no puede florecer en la sombra de la necesidad. Es un acto de entrega, no de demanda. Pero para dar, primero hay que aprender a poseer. Y poseer empieza por reconocernos a nosotros mismos, no a través de las palabras del otro, sino desde el silencio de nuestro ser.

Al final, el reconocimiento externo es efímero

Un espejismo en el desierto. Pero el que nace dentro de nosotros es eterno. Es ahí, en ese espacio íntimo y silencioso, donde encontramos la única verdad que importa: somos suficientes, con o sin la mirada del mundo.