Un ruego para un mundo en guerra
En medio de las festividades que embargan el aire con luces centelleantes y risas efímeras, mi corazón se sume en una profunda reflexión. En estas Navidades y el inminente Año Nuevo, mis pensamientos se tornan hacia un ruego desgarrador por la paz en cada rincón de nuestro atribulado planeta.
En un mundo marcado por la hipocresía y el cinismo, mi súplica es dirigida con desesperación hacia las grandes potencias y, aunque menos ostentosas, también hacia aquellas que no brillan con el mismo resplandor en el escenario global. En este siglo XXI, anhelo que abandonen el anacrónico espíritu beligerante que persiste como una sombra ominosa en nuestra era aparentemente iluminada.
Es tiempo de desgarrar la máscara de la retórica vacía, de dejar de lado los discursos adornados con palabras como libertad y democracia que resuenan huecas cuando observamos con agudeza. ¿Cómo pueden invocar la libertad mientras sus economías prosperan con la maquinaria siniestra de la guerra? Las lágrimas de la humanidad, derramadas en campos de batalla y en rincones olvidados, han regado los campos de la avaricia disfrazada de justicia.
En estas fiestas, no puedo ignorar el contraste entre las cenas festivas y el banquete de la opulencia, mientras en otras partes del mundo, almas inocentes se ven atrapadas en el torbellino de la violencia. El rojo de la sangre debería conmover más que el rojo de la decoración navideña, pero parece que la indiferencia se ha convertido en una epidemia mundial.
No es solo un anhelo superficial por la paz, es un clamor desgarrador desde lo más profundo de la humanidad, que resuena como un eco en el abismo de la conciencia colectiva. ¿Cuántas vidas más se sacrificarán en el altar de los intereses egoístas disfrazados de nobleza?
En estas fiestas, mi deseo no es solo un susurro melancólico, es un grito que resuena en la fría y oscura noche del alma humana. Que la paz no sea solo una utopía efímera, sino un compromiso real, un regalo que cada nación y cada individuo se concedan a sí mismos y a los demás. Que, en este Año Nuevo, el mundo abandone las cadenas de la guerra y abrace la promesa de un futuro donde la luz de la compasión y la justicia alumbre nuestros días con una esperanza renovada.