Pequeños favores a nuestros mayores
Nuestros mayores, los ancianos de manos cansadas y ojos llenos de historias, caminan despacio, pero cargan el peso del tiempo en sus espaldas.
Son ellos quienes han sembrado los caminos por donde hoy andamos, quienes con sus vidas tejieron la memoria que ahora somos.
Ellos, los olvidados del mundo rápido, piden poco: un gesto, una mano que sostenga la suya en el silencio. Y, al ofrecerles un favor, una pequeña ayuda, no estamos haciendo más que devolverles lo que nos han dado, sin saberlo, desde siempre.
Cargar sus bolsas, escuchar sus palabras, enseñarles un botón en la pantalla que los conecta con un mundo que a veces los deja atrás. Esas cosas pequeñas que, para ellos, son grandes. Porque en esos gestos sencillos, devolvemos el tiempo que les fue robado, les recordamos que no están solos, que su vida aún importa.
Los favores, entonces, no son caridad, sino un acto de justicia. Y en esa justicia, nos encontramos a nosotros mismos, reconociéndonos parte de un largo hilo de humanidad que ellos comenzaron a tejer.