El envoltorio no es la vida
Vivimos en una sociedad en la que todos queremos una vida de película. Que cada escena sea digna de un montaje musical con luces perfectas y risas espontáneas. Queremos padres perfectos que citen a Khalil Gibran en la sobremesa, un trabajo donde seamos los Steve Jobs de nuestro cubículo, un cuerpo tallado en mármol griego, y una pareja que recite poesía sin que suene forzado. Queremos todo eso. Y nos golpeamos la cara contra la realidad como si fuese una pared de cemento.
Pero la verdad es esta: todo eso es inalcanzable.
Nadie vive en un comercial de perfume. Siempre va a haber un rincón de tu vida con humedad, con grietas, con olor a lo que no se resolvió. La insatisfacción es parte del trato. Y cuanto antes lo aceptemos, mejor vamos a dormir. Lo complicado no es entenderlo, es aplicarlo: dejarse influir menos, preguntarse qué es lo que uno quiere, y no lo que dicen las revistas, las series, o la amiga de turno con su filtro de París.
Vivimos en el mundo de Instagram, donde las vidas no son vidas, sino envoltorios.
Todo es parecer: parecer feliz, parecer exitoso, parecer enamorado. Publicamos fotos de atardeceres cuando discutimos antes de llegar a la playa, compartimos una cena gourmet y obviamos que estábamos viendo el celular en vez de hablar con quién nos acompañaba. Este es el mundo del plástico brillante, y el nivel de exigencia para que el envoltorio sea bonito es tan extremo que genera toneladas de frustración. Una frustración moderna, silenciosa, de likes insuficientes.
El problema no es desear cosas.
El problema es desearlas porque pensamos que así vamos a valer más. Como si acumular logros estéticos o simbólicos fuera a llenar los vacíos que llevamos adentro. Y no se llenan. Ni con seguidores, ni con abdominales, ni con parejas de película.
Entonces, ¿qué queda?
Queda buscar lo auténtico, lo que no brilla, pero calienta. Queda mirar menos las pantallas y más hacia adentro. Preguntarte si lo que estás haciendo tiene sentido para ti, no para los demás. Al final, la única medida que importa es la tuya: qué necesitas para ser feliz, no perfecto. La respuesta nunca va a caber en un post de Instagram.