«El precio de pensar sin pensar»

Las herramientas nacen inocentes

Son hijas de la necesidad, paridas por la urgencia de resolver un problema. Pero como todo lo que el ser humano toca, pronto se tornan en su propio enemigo. Lo que nace para liberar termina esclavizando, y lo que promete alivio se convierte en carga. Es la paradoja de la creación humana: transformar el remedio en veneno, la solución en laberinto.

El auto, inventado para acortar distancias, se convierte en una jaula cuando miles se lanzan a las calles al mismo tiempo, atrapados en un nudo de asfalto y metal que niega el movimiento. La velocidad queda atrapada en la lentitud. El progreso deviene retroceso.

La ley del exceso lo devora todo

Lo que es ayuda se vuelve obstáculo, lo que sana, envenena. El oído que se acostumbra al estruendo pierde la capacidad de escuchar el murmullo. La lengua, saturada de sal, pierde el sabor. La mente, expuesta al torrente de estímulos, se apaga en su propio cortocircuito.

Ahora, la inteligencia artificial

Nació para potenciar el ingenio humano, para ampliar el horizonte del pensamiento. Pero si la usamos sin tregua, si la dejamos pensar por nosotros, nos convertirá en recipientes vacíos, músculos mentales atrofiados. La inteligencia que no se ejercita se apaga como la llama que se queda sin oxígeno.

Y los jóvenes, que deberían estar forjando su capacidad de comprender el mundo, se arriesgan a dejarla dormida. Piden ideas a máquinas que no sienten, resumen libros que no leen, concluyen teorías que no entienden. ¿Qué pasa cuando el pensamiento se terceriza? La mente, en lugar de explorar, se acomoda. La creatividad se seca como una planta sin sol.

La memoria humana, antaño vasta y caprichosa

Hoy se convierte en una cuenta de almacenamiento temporal. La amnesia digital nos reduce a buscadores que olvidan lo que encuentran. La red, saturada de textos que máquinas escupen, ya no es un lugar donde buscar la verdad, sino un archivo infinito de copias sin alma.

Si seguimos cediendo el ejercicio del pensamiento a las máquinas, pronto seremos espectadores de nuestra propia decadencia intelectual. Y como en la vieja película que imaginó el futuro, el músculo cerebral cederá su lugar a la prótesis perfecta: eficiente, precisa y sin pasión. Una inteligencia brillante pero muerta, que no sabe de dudas ni de deseos.

La humanidad, creadora de herramientas, podría terminar siendo creada por ellas.