“Esto también pasará”

Este cuento lo encontré hace muchos años, en uno de esos momentos en que el alma necesita refugio. No es mío, pero me acompaña.  A veces lo releo, otras veces lo comparto. Como quien ofrece agua en medio del desierto. Tal vez ya lo conozcas. Tal vez no. Pero si llega a tocarte, aunque sea un poco, habrá cumplido su viaje.  Gracias por recibirlo.

Hubo una vez un rey que quería vencer al tiempo

Mandó forjar un anillo con el diamante más puro. No por vanidad, sino por miedo. Miedo a los días en que todo se pierde, en que el alma se arruga y el mundo parece cerrarse. Quería que ese anillo escondiera, bajo el fulgor de la piedra, un mensaje breve, pero eterno. Algo que lo sostuviera en las tempestades y guiara a los que vendrían después de él.

Convocó a sabios, eruditos, poetas de biblioteca y ceniza

Todos pensaron. Ninguno encontró palabras que no se las llevara el viento. Entonces recordó al viejo sirviente, ese que había cuidado de él cuando la muerte le robó a su madre. Ese que conocía más de la vida por servirla que por escribirla.

El anciano lo miró como quien mira a un niño que aún no entiende la noche

Y le habló de un místico que había pasado por el palacio, uno que no dejó riquezas ni tratados, pero sí un papel, doblado en silencio, como un secreto entre el mundo y el alma.

—»Este mensaje —dijo el anciano— es para cuando todo se derrumbe. No lo leas antes. Sólo cuando no quede nada.»

El rey escondió el papel bajo el diamante

Y un día llegó la caída. Invasores. Traición. Derrota. Cabalgaba solo, como un dios olvidado por sus creyentes. Delante, un precipicio. Detrás, la muerte. No había más camino. Recordó el anillo. Lo abrió. Desplegó el papel con dedos temblorosos y leyó:

Esto también pasará.”

Y el tiempo pareció detenerse. Los cascos enemigos dejaron de sonar. El viento se hizo hueco. El corazón, quieto. No pasó nada, y en eso, pasó todo.

Volvió. Reconquistó. La gente celebró con tambores y vino

Entró al palacio como quien entra a un sueño cumplido. Y en medio del bullicio, el anciano, aún a su lado, le murmuró:

—“Ahora también es momento de leerlo”

—¿Ahora? —dijo el rey—. Si todo va bien. Si el pueblo canta mi nombre”

“Por eso. Porque también este momento pasará”

El rey volvió a leer las mismas tres palabras. Pero esta vez sonaban distintas. El orgullo se le cayó del pecho. La victoria ya no pesaba.

Entonces entendió

Todo pasa. El dolor y la gloria. El llanto y el aplauso. La vida es un péndulo que nunca se detiene. Y el verdadero poder no está en retener, sino en soltar.

El anciano lo miró por última vez:

—“Recuerda, majestad: ni la noche es eterna, ni el mediodía dura para siempre. Agradece cuando duela. Agradece cuando brille. Y sigue caminando

Y el rey, ahora sabio, siguió. No como antes. Más liviano. Más humano. Con un anillo, sí, pero ya sin miedo al tiempo.