El sabor de lo inventado

Todos hemos vivido esta experiencia: leer una historia y sentir que, de alguna forma, habla de nosotros.

A veces la entendemos como el autor la imaginó; otras, le damos un sentido completamente distinto. En ese cruce de miradas —la del que escribe y la del que lee— ocurre algo extraño: lo inventado se convierte en recuerdo, y lo ajeno, en algo íntimo.

Este ensayo explora ese espacio invisible en el que la ficción y la memoria se confunden, con ejemplos de la literatura universal que muestran cómo cada lector reinventa lo que recibe.

Antes de que exista una palabra, hay un silencio que la llama.

El escritor camina por ese silencio como por un pasillo largo, hasta encontrar la frase que abrirá la puerta de la historia. No siempre cuenta lo que vivió: muchas veces inventa. Y lo hace con la precisión con que uno relataría un recuerdo verdadero.

No es una mentira para engañar, sino un puente para que el lector cruce hacia un lugar propio. Cuando el lector entra, se lleva algo que nunca pasó… pero que, desde ese instante, ya es suyo.

Inventar: la mentira honesta

Inventar es una forma particular de mentir: no es la mentira que esconde una culpa, sino la que regala un mundo nuevo. Para lograrlo, el escritor siembra pequeños detalles verdaderos: un olor exacto, un gesto repetido, una luz precisa. Así, la historia, aunque inventada, se siente real.

Y cuando el lector la cree, deja de ser del todo mentira.

El paladar del lector

Un libro cerrado es como una fruta intacta: tiene forma, pero no sabor. El lector es quien da el primer mordisco y, en ese momento, se convierte en coautor.

Lo que para el escritor era una tarde nublada, para el lector puede ser un amanecer dorado o una tormenta furiosa. La historia no termina en quien la escribe; se completa en quien la imagina al leerla.

Cinco ejemplos de este encuentro

– Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes): para algunos, una comedia sobre un loco entrañable; para otros, una tragedia sobre un hombre incapaz de aceptar la realidad.

– La metamorfosis (Franz Kafka): unos la leen como un relato fantástico; otros, como una metáfora de la soledad y el rechazo.

– Cien años de soledad (Gabriel García Márquez): puede ser una saga familiar mágica o una reflexión sobre la historia y el destino de América Latina.

– El principito (Antoine de Saint-Exupéry): para unos, un cuento infantil; para otros, una meditación profunda sobre la amistad y el sentido de la vida.

– Hamlet (William Shakespeare): puede verse como una historia de venganza, o como un viaje a la duda y la fragilidad humanas.

La frontera invisible

Llega un momento en que el lector deja de preguntarse si lo que lee es verdad. Lo siente como propio. Lo inventado se convierte en memoria, y la memoria, aunque prestada, duele o alegra como si fuera real.

Epílogo: El eco

Cuando el libro se cierra, no queda verdad ni mentira: queda un eco. Ese eco es el mismo que mencionamos al comienzo: el recuerdo de un encuentro entre dos imaginaciones.

El escritor puso la fruta; el lector le dio el sabor. Y en ese instante de cruce —que cada vez es único— lo inventado se volvió real, y lo ajeno, íntimo.