“Cuando el miedo nos humaniza”
- Cuando el éxito se parece demasiado a una patología
Como escritor, me apasiona leer. Estoy suscripto al medio científico The Conversartion, lo recomiendo y es gratis.
Reflexionando sobre un artículo que vale la pena entender bien, me encontré con un texto publicado en The Conversation por Agustina María Vinagre González y Juan Enrique Soto Castro, investigadores de la Universidad Internacional de La Rioja, España.
Hablan de la psicopatía, pero no desde la ficción ni desde el crimen, sino desde un territorio más cotidiano: el de las personas encantadoras, brillantes y ambiciosas que, sin sentir miedo ni responsabilidad, avanzan sin mirar atrás.
- El encanto de quien no tiembla
Pensemos en alguien que brilla en todo lo que hace. Es carismático, resuelve problemas con facilidad y su empresa lo adora. Parece un modelo de éxito: seguro, confiado, inmune al miedo. Pero si preguntamos a quienes lo rodean, aparece otro relato: “Tené cuidado con él —dicen—, te puede dejar vacío”.
Ese contraste es el punto de partida del artículo de The Conversation. Describe a una persona que no siente responsabilidad ni empatía, que utiliza su encanto para desarmar a los demás y que siempre elige a su favor. No lo detiene la angustia ni el miedo, porque simplemente no los experimenta. Y cuando finalmente llega a la cima, deja tras de sí un rastro de daño emocional que ni siquiera percibe.
- ¿Quién puede ser un psicópata?
Los autores explican que la psicopatía, curiosamente, no figura como trastorno en los grandes manuales de psiquiatría (ni en el DSM V ni en el CIE 11). Sin embargo, todos podemos reconocer los rasgos: ausencia de responsabilidad, desprecio por las emociones ajenas y una frialdad que disfraza con encanto.
Existen dos grandes tipos, señalan:
- El impulsivo, que se lanza a buscar sensaciones extremas sin medir las consecuencias.
- El calculador, que no siente miedo y controla sus actos con precisión quirúrgica.
El primero puede acabar cometiendo delitos. El segundo, en cambio, puede triunfar en entornos corporativos o políticos sin quebrar ninguna ley, aunque sí muchas conciencias.
- Cerebros sin remordimientos
La ciencia muestra que, en estos individuos, el cerebro funciona distinto. La amígdala, responsable de activar el miedo, apenas responde. Y si no hay miedo, no hay aprendizaje del daño ni memoria emocional. Lo inquietante es que, frente a imágenes de dolor ajeno, su cerebro reacciona con placer: se activa el núcleo accumbens, la zona asociada con la recompensa.
En otras palabras: lo que a la mayoría nos genera compasión o angustia, a ellos les resulta estimulante. Menos serotonina, menos inhibición, menos temor… Una receta perfecta para avanzar sin freno ni responsabilidad.
- Los psicópatas funcionales
Estos perfiles no viven solo en las películas. Están entre nosotros: en oficinas, en empresas, en la política. Y el mundo competitivo que habitamos los premia. Su falta de miedo los hace eficientes, fríos, implacables. El sistema los confunde con líderes, cuando en realidad son expertos en usar a los demás como herramientas.
Como advierten los autores de The Conversation, no sabemos cuántos son, ni cuántas veces los hemos aplaudido sin darnos cuenta. Tal vez porque admitirlo sería reconocer que el éxito, tal como lo entendemos, a veces se parece demasiado a una patología.
- Cierre: el miedo como conciencia
Al terminar la lectura, queda una idea clara: el miedo nos humaniza. Es incómodo, sí, pero también es la base de nuestra conciencia. Nos frena antes del daño, nos hace pensar en el otro, nos recuerda que no todo vale. El psicópata no siente miedo, y por eso no aprende del dolor que causa. Nosotros sí. Y aunque a veces duela, sentir miedo es un privilegio. Porque sin miedo no hay responsabilidad, y sin responsabilidad… no hay límites.