La reflexión del lunes: “La costumbre de mirar solo lo que falta”
Hay días en los que uno siente que el mundo se le derrumba como si todo fuera demasiado grande, demasiado exigente, demasiado tarde. Y, sin embargo, si frenás un segundo, descubrís que no es desesperación lo que te pasa: es mala contabilidad emocional. Somos brillantes para registrar carencias, pero pésimos para notar lo que ya está, lo que sostiene, lo que abriga. Te acostumbraste tanto a lo bueno que lo volviste transparente. Y cuando algo se vuelve invisible, deja de ser valioso. No estás decepcionado: estás pasando por alto tu propio inventario.
La riqueza que no entra en un banco
- Tenés un plato de comida caliente casi todos los días. Eso, que parece obvio, es uno de los mayores lujos del mundo.
- Tenés un techo que te protege del frío, de la lluvia y de la intemperie literal y metafórica.
- Tenés alguien que te quiere —y que te quiere incluso en esos días en los que ni vos te soportás—.
- Tenés salud suficiente para caminar, reír, pensar, enojarte y abrazar.
- Tenés un cuerpo que responde, un corazón que insiste, unos pulmones que trabajan sin pedir permiso.
- Tenés estudios que abrieron puertas, aunque a veces no sepas hacia dónde querés caminar.
- Tenés trabajo, que puede cansarte, frustrarte o aburrirte, pero también te da dignidad, estructura, posibilidades.
No es menor nada de eso. Pero claro, lo cotidiano no hace ruido; por eso creemos que no existe.
La trampa de la comparación infinita
Vivimos rodeados de vitrinas ajenas: vidas editadas, éxitos recortados, sonrisas calibradas. Y en ese juego, cualquiera pierde. Porque comparar lo íntimo con lo publicitario es como medir un abrazo con una regla. El problema no es lo que te falta: es que mirás demasiado lo que le sobra al resto. Y ahí empieza el espejismo: “debería estar mejor”, “ya tendría que haber logrado tal cosa”, “mi vida no alcanza”. Pero si mirás con atención, la supuesta “vida perfecta” del otro probablemente descansa en las mismas incertidumbres que la tuya, solo que mejor iluminadas. No estás insuficiente: estás midiendo con la vara equivocada.
La gratitud
En un mundo que te empuja a querer siempre un poco más, detenerte a agradecer lo que ya tenés es un gesto revolucionario. No un agradecimiento ingenuo ni de tarjeta motivacional: uno real, concreto, casi doméstico.
Agradecer el agua caliente.
Agradecer la cama que espera.
Agradecer el café de la mañana.
Agradecer el abrazo que llega sin ser pedido.
Agradecer la posibilidad de aprender.
Agradecer el trabajo que paga la luz, el pan, los proyectos.
Agradecer el cuerpo que te acompaña todos los días de tu vida, incluso cuando vos no lo tratás como merece.
Agradecer no es conformarse. Agradecer es recordar que ya estás parado sobre algo firme. Que no empezás desde cero. Que tu vida no es un terreno baldío sino una casa habitada. No estás vacío: estabas mirando el piso y no el techo.
Cierre: Una vida llena que solo necesitaba ser contada
Cuando hacés el inventario completo —no el trágico, no el idealizado, sino el verdadero— descubrís que lo que tenés es mucho más que lo que te falta. Tenés historias, tenés recursos, tenés personas, tenés oportunidades, tenés días por delante. Y, sobre todo, tenés la posibilidad de mirar distinto.
Quizás no se trate de cambiar de vida, sino de volver a verla. Porque nunca estuviste quebrado. Solo te habías olvidado de sumar.
