Diez personas de 75 o más, que siguen empujando el mundo

Hay una tribu silenciosa que desafía al calendario

Una cofradía de hombres y mujeres que camina sin pedir permiso a la edad, sin entregar las llaves del taller, sin ceder el lápiz, la cámara o la empresa familiar. Los llaman mayores, pero trabajan como si el futuro fuera asunto personal. Y quizá lo es.

En las cúpulas del lujo, Bernard Arnault (76) se levanta cada mañana a organizar un imperio de perfumes, pieles y copas de champán. A sus más de setenta y cinco, no dirige: navega. En su mesa, la agenda parece un pequeño campo de batalla. Pero él avanza con la suavidad de un gato que conoce todos los secretos de la alfombra.

Warren Buffett (95), en cambio, tiene el aire de abuelo benévolo que uno invitaría a comer pastel. Pero detrás de esos ojos de domingo se mueve la inteligencia estratégica más longeva del capitalismo. Sigue comprando, sigue vendiendo. Sigue confiando en la paciencia como quien cuida bonsáis de acero.

En la literatura, Margaret Atwood (86) escribe como si las palabras fueran semillas que no tienen edad. A veces se le cruzan distopías, otras criaturas, otras preguntas que ninguno de nosotros se anima a hacer en voz alta. Ella sí. Y lo hace con la serenidad de quien ya ha visto suficientes finales como para saber que siempre hay otro.

Haruki Murakami (76), mientras tanto, sigue corriendo. Corre por la mañana y escribe por la tarde. Como si ambas cosas fueran una misma ceremonia para mantenerse vivo. En cada libro vuelve a levantar un universo paralelo, igual que un jardinero que riega sueños en japonés.

Isabel Allende (83) continúa hilando historias con la intensidad de una tía que entra a la casa, deja la bolsa y dice: “siéntense, que esto se pone bueno”. Y se pone. Cada novela suya es una fiesta donde se baila con los muertos y se brinda con los vivos.

En los talleres luminosos de la pintura, David Hockney (88) mira la pantalla de un iPad como si fuera un vitral medieval. Pinta con dedos adolescentes. No envejece: cambia de pincel. Y Yayoi Kusama (96), entre puntos infinitos y habitaciones que parecen tragos de neón, insiste en recordarnos que el arte también puede ser una forma de respiración.

Del lado del cine, Pedro Almodóvar (76) afina guiones con la intuición de un relojero emocional. A los setenta y cinco, sus historias siguen oliendo a pasiones recién cortadas. Clint Eastwood (95), por su parte, entra a un rodaje como quien entra a un viejo granero: con respeto, pero sin miedo. La cámara lo escucha; el mundo también.

En los escenarios, Bob Dylan (84), tan eterno como un silbido en una estación vacía, sigue girando. Sigue cantando. Sigue desordenando el aire. Y entre los músicos, no debe faltar Paul McCartney (83), que continúa componiendo, grabando y tocando como si la invención fuera un músculo que no conoce retiro.

Un cierre más que abierto:

Estos diez —más uno— no se jubilan de sí mismos. Avanzan como si la edad fuera apenas un rumor mal contado. Quizá —solo quizá— están enseñándonos algo que no aparece en los manuales: que el mundo necesita más manos arrugadas sosteniendo ideas frescas. Y queda abierta la pregunta: ¿qué haremos nosotros cuando también nos toque desafiar al calendario?