Esa certeza que nos habita
En el reciente festival de cine de Cannes, Robert De Niro, el hombre de la mirada serena y los silencios precisos recibió un reconocimiento. Y en una declaración breve pero honda, mencionó que “no le agrada la idea de la muerte, pero que es imposible evitarla”. Les dejo mis reflexiones:
La muerte, esa sombra que todos llevamos al hombro
Ineludible. Indiscutible. Y, sin embargo, ¿no es acaso el miedo a la muerte un espejo del miedo a no haber vivido? Porque lo que realmente duele no es el final en sí, sino llegar a ese umbral con la sensación de no haber hecho suficiente, de no haber sido suficiente.
La dignidad de una vida no se mide por la longitud de los años
Sino por la intensidad de los pasos. No importa si fueron pocos o muchos, sino si fueron propios, si dejaron huella. ¿De qué sirve acumular monedas si al final se derriten en el fuego del olvido? ¿De qué sirve el ruido de los aplausos si no acariciaron el alma?
Vivamos, entonces
Con la serenidad de saber que el día que llegue la última escena, podremos mirar atrás y sonreír, porque dimos importancia a los sentimientos, porque estuvimos en paz con lo vivido y lo amado. Porque dejamos un legado, aunque fuera pequeño, pero nuestro.
El dolor físico asusta
Claro, porque el cuerpo grita cuando el alma se apaga. Pero el verdadero dolor es ese vacío de no haber abrazado lo suficiente, de no haber dicho las palabras que el corazón dictaba y la razón callaba.
Mientras tanto…
Mientras el aire sigue entrando y saliendo de los pulmones, la muerte es solo una teoría. La vida, en cambio, es esta suma de segundos que se desgranan entre el miedo y la esperanza. Así que, como De Niro, admitimos la certeza de la muerte, pero seguimos apostando por la vida.
La vida digna no se construye desde el miedo a la muerte
Sino desde el valor de enfrentar cada día con los ojos bien abiertos. Nos pasamos la existencia preocupados por la llegada del final y olvidamos que el presente es el único espacio donde somos verdaderamente inmortales. Cada sonrisa compartida, cada gesto de ternura, es un acto de resistencia contra la caducidad.
¿Acaso no es hermoso pensar que el legado no se mide en grandezas, sino en pequeños detalles que perduran en la memoria de quienes amamos?
Un abrazo sincero, una mirada que acompaña, una palabra de consuelo. No hay que temer tanto al dolor del cuerpo como a la indiferencia del alma. El dolor, al final, es un recordatorio de que aún estamos vivos, que aún sentimos. Mientras vivamos, aún tenemos tiempo de transformar el miedo en coraje, la duda en certeza, el dolor en arte.
Porque mientras el corazón siga latiendo, la muerte es solo un murmullo lejano, una amenaza que se desvanece ante la grandeza de estar presentes en la propia vida.