“El baile del odio y el amor”

Se encontraron en la misma esquina de siempre, como dos viejos conocidos que no se saludan pero se reconocen.

– Llegás tarde – dijo el Odio, cruzado de brazos, con una mueca entre sarcasmo y resignación.
-Siempre llego cuando ya estás incómodo – respondió el Amor, con su sonrisa desordenada.

No se abrazaron. Tampoco hacía falta. Entre ellos había una costumbre más fuerte que el afecto o el rencor: la costumbre del otro.

-¿Vamos a bailar otra vez? – preguntó el Amor, extendiendo la mano.

-¿No te cansa repetir los mismos pasos? – refunfuñó el Odio, aunque ya estaba tomando su cintura.

Y comenzaron. Un paso adelante, uno atrás. Él pisaba fuerte, con rabia. Ella flotaba, como si el suelo no le interesara.

-Siempre tan liviana vos, tan ilusa – bufó él.

-Y vos tan cargado, tan lleno de espinas – le devolvió ella, sin soltar su sonrisa.

Giraban en silencio, pero no era un silencio pacífico.

Era uno de esos llenos de palabras no dichas y recuerdos mal doblados. El Odio recordaba cada mentira, cada portazo, cada promesa incumplida. El Amor recordaba cada risa, cada madrugada, cada mano temblando por quedarse.

-¿Sabés qué me molesta de vos? – dijo el Odio, apretando un poco más su mano.

-Todo —respondió ella con dulzura.

-Que sabés y no te importa.

Se miraron como se mira el pasado: con una mezcla de melancolía y vergüenza.

-Te juro que intento olvidarte – dijo él.

-Y yo intento recordarte distinto – susurró ella.

El ritmo bajó. El salón estaba vacío. Nadie más quería presenciar esa danza que parecía eterna.

-¿Y si esta vez no terminamos mal? – propuso el Amor, casi como un suspiro.

-No sabríamos qué hacer con la calma – contestó el Odio.

-Tal vez podríamos aprender.

-¿Vos querés cambiarme?

-Solo que a veces te pasás de oscuro.

La música cesó. Pero ellos siguieron, porque sabían que su melodía era interna. Propia. Dolorosa y necesaria.

-¿Nos vamos? – dijo el Odio, soltando por fin su cintura.

-¿Juntos o por separado?

-Como siempre: juntos, pero cada uno por su lado.

Y se fueron, caminando en direcciones opuestas. Pero con el mismo paso.

Porque el Amor y el Odio no se soportan. Pero tampoco saben existir del todo el uno sin el otro.