“Con que facilidad somos capaces de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”

En el enorme escenario del teatro del mundo, donde los dramas de la humanidad se despliegan con toda su magnitud, no faltan los actores que protagonizan las guerras, la corrupción y la mentira.

Es fácil señalar con el dedo acusador a los responsables, como si observáramos desde una grada privilegiada. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el telón se cierra y nos encontramos en la intimidad de nuestra comunidad, o entre amigos , o en el trabajo o en la familia?

Ahí es donde comienza el verdadero espectáculo, donde nos convertimos en héroes de nuestras propias narrativas o en víctimas incomprendidas. Nos escudamos tras la justificación de nuestras acciones, incapaces de ver más allá de nuestros propios egos y carencias de solidaridad.

Somos expertos en la generosidad hacia nosotros mismos.

Casi piadosos en nuestra autoindulgencia, mientras que nos convertimos en tiranos implacables ante los demás. Pero ¿acaso no es cierto que todo lo que emitimos regresa a nosotros de alguna manera? Quizás en lugar de preocuparnos por lo que recibiremos, deberíamos reflexionar sobre lo que estamos dispuestos a dar.

¿Somos un ejemplo que seguir? ¿Tenemos nuestra conciencia tan limpia para tirar la primera piedra?

Entonces, ¿qué papel deseamos interpretar en este gran teatro de la vida? ¿El del crítico implacable que se regodea en señalar las faltas ajenas mientras ignora las propias? ¿O quizás el del actor comprometido que reconoce sus errores y busca mejorar, inspirando a otros a hacer lo mismo?

La elección es nuestra.

Tal vez sea hora de mirar más allá de la paja en el ojo ajeno y confrontar la viga en el propio, para convertirnos en verdaderos protagonistas de una historia más auténtica, solidaria y humana.