El Premio Nobel de Química 2025, tiene algo mágico

A veces los premios Nobel parecen un juego de ajedrez entre cerebros imposibles: nombres difíciles, conceptos invisibles y una cantidad de palabras que no caben en una sobremesa.

Pero este año, el Nobel de Química 2025 tiene algo de magia cotidiana. Porque, aunque suene técnico, lo que premiaron Susumu Kitagawa, Richard Robson y Omar M. Yaghi puede terminar ayudando a que respiremos mejor, tengamos agua donde no la hay y vivamos en un planeta un poco menos tóxico.

Los tres fueron galardonados por inventar una cosa que suena a ciencia ficción:

Los marcos metal-orgánicos, o MOF (por sus siglas en inglés). Traducido al idioma de la vereda: estructuras microscópicas, como andamios o esponjas invisibles, hechas con metales y moléculas orgánicas que se combinan para formar redes tridimensionales llenas de huequitos.

Esos huecos no están de adorno. Son como habitaciones diminutas donde se pueden guardar, atrapar o transportar gases, líquidos y compuestos químicos. Un edificio para moléculas.

Imaginemos un panal de abejas:

Pero tan pequeño que solo los átomos podrían alquilar una celda. En esos espacios, los científicos pueden “guardar” dióxido de carbono, almacenar hidrógeno o filtrar el agua de un río contaminado.

Cada MOF puede diseñarse con un propósito específico: absorber el CO₂ de una chimenea industrial, capturar agua del aire del desierto o atrapar sustancias tóxicas que flotan en el ambiente.

En otras palabras, materiales que trabajan de día y de noche para arreglar un poco lo que los humanos desarreglamos.

Todo empezó en 1989.

Cuando Richard Robson, profesor en la Universidad de Melbourne, jugaba en el laboratorio con iones de cobre y una molécula con cuatro brazos. De esa unión nació un cristal ordenado y espacioso. Pero era frágil, se desmoronaba al primer intento de uso.

Años después, Susumu Kitagawa, desde Kioto, y Omar M. Yaghi, en Berkeley, tomaron esa idea inicial y la transformaron en ciencia con cimientos.

Kitagawa descubrió que los gases podían entrar y salir de esas redes como si respiraran, y que las estructuras podían ser flexibles. Yaghi, por su parte, fabricó un MOF tan estable que todavía hoy es referencia, y fue quien acuñó el nombre con el que ahora los conocemos.

Lo fascinante es que detrás de toda esta historia:

Hay algo profundamente humano: la paciencia. Treinta años de ensayo, error y obsesión por algo que nadie podía ver a simple vista. Pero el resultado está cambiando el mapa de la química de materiales.

Gracias a ellos, hoy hay más de 90.000 tipos distintos de MOF registrados, cada uno con un diseño y una función diferente. Una especie de biblioteca de esponjas atómicas.

La Real Academia de Ciencias de Suecia resumió el asunto con una frase elegante:

“Estos marcos metal-orgánicos brindan oportunidades sin precedentes para crear materiales a medida con nuevas funciones”.

Dicho de otro modo, los científicos ahora pueden fabricar materiales como si fueran trajes hechos a medida para resolver problemas globales: el exceso de CO₂, la falta de agua potable, la necesidad de energías limpias o la contaminación por micro plásticos.

Susumu Kitagawa nació en 1951 en Kioto, Japón. Richard Robson, en 1937 en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Glusburn. Y Omar M. Yaghi, en 1965 en Amán, Jordania.  Tres vidas en tres continentes que terminaron unidas por una idea común: que la química puede ser también una herramienta para reparar el mundo.

Y si esto suena lejano, pensemos así:

Los MOF son como pulmones para el planeta.

Respiraderos de una ciencia que ya no busca solo entender cómo está hecho el universo, sino cómo hacerlo habitable un rato más.

Quizá por eso este Nobel no es solo para tres químicos brillantes. Es un recordatorio, al ciudadano de a pie, de que todavía hay quienes se dedican a inventar cosas invisibles para que el aire siga siendo respirable.

Un premio, en el fondo, para la esperanza con estructura molecular.